La Brújula Despistada

La Brújula Despistada
La Brújula Despistada.

lunes, 30 de abril de 2012

La Rueda de los Días.

Equinoccio de Primavera. 

 

Solamente cinco días. Sólo cinco días y sería 21 de Marzo. Aquel día debía pasar algo importante. Sylvia buscaba las palabras adecuadas para transcribirlo al calendario. Sabía que había una palabra. Mientras apoyaba la punta del rotulador fucsia en el mentón, algo entró por la ventana. Algo alado. Pasó zumbando, en zigzag por la habitación, y golpeó contra la cara de Sylvia. Ella sacudió la cabeza, y se puso a buscar al bicho pañuelo en mano. Lo encontró entre sus frascos de colonia (a Sylvia le encantaban los aromas), y le sacudió un pañuelazo. El bicho salió volando. Hacía espirales y eses por todo el cuarto, y Sylvia lo seguía. Se preguntó qué bicho era aquél tan grande. Además, ella no recordaba insectos violetas.  Cuando estaba a punto de alcanzarlo, resbaló con su rotulador fucsia, y cayó de narices al suelo. Al levantarse, comprobó que había perdido su presa.
       
        -Tal vez una libélula, papá. Pero era grande.
        -Las libélulas no son dañinas, Sylvia.
        -Pero son grandes y zumban. Además, ¿y si entran más bichos?¿¿y si entran… escarabajos?
        -Los escarabajos vuelan al atardecer, hija.
        -Aun así, préstame el insecticida.
        - No voy a prestarte nada. Además, mañana nos vamos.
        -¿Irnos adónde?
        -¿No lo recuerdas? A ver esa casa donde tenemos que celebrarlo.
Celebrar, sí, pero ¿qué? Sylvia no lograba recordarlo.
         A la mañana siguiente, los padres de Sylvia los despertaron pronto para ir a ver aquella casa. Desayunó y se vistió. Pero, al coger uno de sus frascos de colonia, notó que sobre ellos había un polvillo fino y brillante.
         -¡Vera! ¿Has vuelto a dejar caer purpurina aquí?
         -Nooo. Yo tengo todos mis frascos en la caja -respondió su hermana.
Sylvia volvió a mirar los polvos. Viéndolos más cerca, realmente no parecían purpurina.
            La casa era una especie de hostal, una casa de madera alejada del pueblo, en medio de un valle. El interior de la cabaña tenía mesas y un mostrador con ristras de hierbas aromáticas colgadas. Arriba había habitaciones, y un bosque cercano podía verse desde las ventanas. A Sylvia le gustaba la casa.
Se quedó mirando las hierbas aromáticas. Aspiró su olor y pensó en todas las colonias distintas que podría hacer...
          -Soy Viviana, dueña de esta casa. Alguien ha hecho una reserva.
Sylvia se giró, y vio a una mujer no muy alta, pero pálida, rubia, con los cabellos muy lisos y largos, que llevaba un vestido azul.
          -Mi padre sí ha hecho una -respondió Sylvia- Creo que una mesa para diez.
          -Bien, llévame entonces con tu padre.
          -No sé dónde está. Pero bueno, podemos buscarlo igual.
Subieron las escaleras, a buscarlo a las habitaciones.
          -¿Le dijo mi padre qué íbamos a celebrar?
          -Que yo sepa, no. Tal vez a la que hizo la reserva.
          -No sé quién era. Pero ¡es que no logro recordarlo! Tal vez usted sepa qué ocurre.
          -Ocurre que pierdes la noción de los días. Vuestra reserva está hecha para el 21 de Marzo.
          -Eso lo sé. ¡Pero no sé qué ocurre para que mi padre haya reservado una mesa aquí!
          -¿No te gusta?
          -¡Oh, sí, me gusta, es más, ¡me encanta! Pero no me gusta celebrar algo sin saber qué es.
La mujer miró a través de los cristales, hacia el bosque, tal vez más lejos…
          -¿Cómo te llamas, jovencita?
          - Sylvia. Con y griega, ¿sabe? Eso suele traer confusiones, pero a mí me parece bien.
          -Sylvia -le dijo ella- Ve y pasea un poco entre los árboles. Tal vez recuerdes a qué has venido.
          -Cómo, ¿no es un bosque?
          -Realmente no. Sólo son unos pocos árboles juntos. No se puede considerar bosque. Ve, conócelo. Yo encontraré a tus padres.
Sylvia se despidió de la mujer y salió trotando hacia los árboles. Había un tramo del valle donde se formaba una cuenca. Sylvia resbaló por ella, y, al tumbarse en el suelo, observó las nubes. 21 de Marzo, sabía que algo iba a pasar. Se fijó en las nubes, intentó recordarlo. Y entonces, otra libélula le pasó rozando. Sylvia se incorporó corriendo, e intentó seguirla, apartándose a manotazos el pelo castaño de la cara, tropezando, tratando de no perderla de vista. La libélula se paró en un matorral donde había ya algunos brotes, y entonces Sylvia se quitó un zapato y la atrapó. Y, al retirarlo con cuidado, vio que la libélula no era tal libélula.
               Continuará...

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