La Brújula Despistada

La Brújula Despistada
La Brújula Despistada.

domingo, 24 de junio de 2012

A Midsummer Night's Dream

             Esta comedia de Shakespeare, escrita posiblemente entre 1594- 95, o 1598-99 (esta última poco probable. La primera edición impresa data de 1600) ocurre en Atenas, en una época algo extraña, ya que parece medieval (como es lógico, siendo Shakespeare), pero aparecen algunos nombres y leyendas clásicas (como el duque Teseo, que se casa con Hipólita, o el mito de Píramo y Tisbe representado por los artesanos como entremés en el banquete de boda).
             La historia sucede así: Dos jóvenes enamorados, Lisandro y Hermia, quieren casarse, pero el padre de ésta se opone, ya que prefiere que se case con otro pretendiente suyo: Demetrio. Por ello, lo comunica al duque Teseo, que se va a casar. Pero la cosa no acaba ahí: Resulta que Elena, la mejor amiga de Hermia, es la que está enamorada de Demetrio. Para poder casarse, Hermia y Lisandro deciden huir al bosque y casarse allí, ya que estarán lejos de las leyes atenienses. Sólo Elena guarda el secreto. Pues resulta que, para caerle un poco más simpática a Demetrio, al que no le hace ninguna gracia que Elena esté enamorada de él, va ella y se lo chiva. Y se van al bosque los dos. Por si no hubiese poco, en el bosque, donde están todos los duendes y las hadas y espíritus por el estilo paseando por allí, se encuentran Oberón y Titania (el rey y la reina de las hadas) que están peleados porque Titania tiene en su corte de hadas un doncel de la India, y Oberón lo quiere para él solito (bueno, para su corte). Lo que pasa es que Titania se ve en el deber de cuidarlo ella, ya que fue íntima amiga de la madre del doncel. Para que se lo de, Oberón le pide ayuda al más travieso de los duendes, Puck, también conocido como Robin el Buen Chico (curioso apodo para un duende). Puck debe coger la flor que sólo florece esa noche. Su jugo, puesto sobre los ojos, hace que te enamores de la primera criatura que veas (y da igual si es un duende diminuto o un borrego enorme). Pero no se vayan todavía, ¡que aún hay más! Por si no hubiera ya bastante lío, a los artesanos del pueblo se les ocurre ir a ensayar su entremés para la boda de Teseo... al bosque. Y teniendo en cuenta que se van a mezclar todos, que tenemos como responsable al más travieso de los duendes, y que esto lo escribió Shakespeare... Ya tenemos el cotarro montado.
Se han hecho varias películas sobre esta obra, como la versión homónima de 1999 (cuyos diálogos son casi textuales al libro), ambientada en el siglo XIX (lo cual queda algo extraño),

que contó con un Puck bastante peculiar.
He aquí el extraño Puck de la película: algo anciano comparado con el tradicional, abajo.

El Puck de toda la vida.
También hay una versión basada en la obra, pero con distinto argumento de DygraFilms en 2005. Esta vez, el embrollo ocurre así: Aunque Elena, la hija del duque Teseo, piensa que los sueños sirven para más bien poco, deberá aprender a creer en ellos de nuevo cuando su padre enferma. Primero, pide ayuda al serio y elegante banquero Demetrio, y después, casi sin querer, al joven inventor Lisandro, que es casi tan soñador como su padre y por eso Elena le tiene maníaY todo esto ocurre también, no se os olvide, en la noche del medio del verano (o sea, the Mid-Summer Night). ¿Pero qué tiene de especial esta noche?
              La noche referida en la obra  es una noche mágica en la que las hadas, los duendes y otros seres mágicos salen, en la que se recogen hierbas y se hacen danzas. ¿De qué nos suena esta noche? Exacto, de la Noche de San Juan. En el calendario inglés estaba señalado the Midsummer Day el  24 de Junio (fiesta de san Juan). Por lo tanto, the Midsummer Night era la noche anterior a ese día. La Noche de San Juan es por excelencia la noche más mágica del año, y popularmente la más corta (en realidad, la más corta es la del Solsticio, 21-22 de Junio, pero tiene más peso en la cultura la del 24). Existen muchos ritos que se llevan a cabo esa noche, relacionados con la salud, el amor o ahuyentar a las brujas. Los más famosos son encender hogueras que ardan toda la noche y, al saltarlas nueve veces, obtener buena suerte. En Galicia, está el rito de saltar las olas: saltar siete para la buena suerte y nueve para la fertilidad. Las mujeres se lavan la cara con agua fresca para aumentar la belleza. En Asturias, se recoge la flor del agua y el trébol de cuatro hojas (" a coger el trébole, el trébole, el trébole, a coger el trébole la Noche de San Juan"). Pero la suerte de este trébol es para quien lo recibe, no para quien lo encuentra (es decir, si tú encuentras el trébol, si te lo quedas no traerá suerte. Si se lo das a alguien, la suerte será para quien se lo hayas dado).
Shakespeare no es el único que escribe sobre la Noche de San Juan:  En La Dama del Alba, de Alejandro Casona, esta noche también juega un papel importante.

 Se suelen hacer coronas con flores y recoger plantas como la verbena, la valeriana o la albahaca para la buena suerte o la ruda contra los encantamientos y las brujas. El polen de rosal silvestre envuelto en un pañuelo puede convertirse en oro, y plantar una rama de higuera a las doce de la noche hará que echare buenas raíces y crezca bien. También en esta noche, las xanas asturianas se dejan ver peinándose en los ríos. En la Comunidad Valenciana, salen los ñitos y ñítoles, seres diminutos que entran por las orejas y llegan al cerebro, donde confunden la memoria y los hacen parecer encantados y con pérdida de la conciencia. También las brujas salen a organizar aquelarres, al contrario que en Galicia, donde brujas y meigas huyen (En San Xoán bruxas e meigas fuxirán). También es costumbre en Asturias y Galicia bañarse en el agua, sea el mar, un río o una fuente, pues esto traerá salud y buena suerte, igual que si meten el ganado en el agua. También hay muchos ritos relacionador con el amor, como escribir en tres papeles el nombre de los pretendientes y dejarlos en agua o al raso; el que se haya abierto a la mañana siguiente, será el probable marido...
                      Con este tipo de noche, no es de extrañar que Shakespeare la utilizase para su obra... porque la traducción de título de esta ha traído varios quebraderos de cabeza... En un principio, se tradujo A Midsummer Night's Dream como El Sueño de una Noche de Verano, pero otros traductores lo encontraron incoherente teniendo en cuenta que el duque Teseo dice al encontrar a los jóvenes dormidos:
                          "Sin duda se levantaron temprano a cumplir los ritos del mes de Mayo"
Por eso, teniendo en cuenta la noche anterior, se tradujo cono El Sueño de una Noche de Verbena. Pero (por si no hubiera bastante ya) hay que relacionar este fragmento con otro del Quijote que dice:
  A la primavera sigue el verano; al verano, el estío; al estío, el otoño; al otoño, el invierno; al invierno, la primavera; y así torna a andarse el tiempo con esta rueda continua.  
Así se explica que estén en "summer" en Mayo. Finalmente, y también en alusión a esa noche, se le ha llamado El Sueño de una Noche de San Juan, también en alusión a esa noche, además, queda poético y todo. No, si al final lo llamaremos El Sueño de una Noche de Verano por San Juan con Verbena, y todos contentos.
                                   

jueves, 21 de junio de 2012

La Rueda de los Días.

Solsticio de Verano.

Demetrio entregó otro examen. Estaba hasta el gorro. Tenía exámenes y exámenes y la cosa no acababa nunca, ¡al calendario no le veía fin! Se estiró en la silla y oyó cómo sus vértebras se separaban una a una. Y sólo faltaban tres días.
       ¡Al fin! Demetrio recibió el último examen que había hecho. Un seis con tres. No estaba mal. Pero de lo que se alegró de veras fue que se acabase el curso de una vez. Había tenido en dos semanas tal cantidad de exámenes que no veía la hora de ir a la bahía y tirarse al agua. Igual hasta se lanzaba con ropa, no hacía falta más. Salió del aula. Recorrió los pasillos lo más rápido que pudo y se lanzó sobre su bici. Salió del instituto, se  dirigió a las afueras y tomó un camino de tierra que lo llevó al mar. Pedaleó hasta una cala solitaria, y aparcó la bici junto a unas rocas. Se quitó la camiseta y las zapatillas de lona y se lanzó al agua. Se dejó mecer por las olas y acariciar por el sol. Estiró la espalda bajo el agua y nado un par de idas y venidas para desentumecerla. Más relajado, buceó y abrió los ojos bajo el agua. Aunque era clara, el fondo lo veía borroso. Se lanzó hacia él y, antes de rozarlo, hizo un par de cabriolas y volvió a emerger. Entonces, Demetrio oyó unas voces. Al principio, sólo eran risas agudas y algunas entrecortadas. Pero después, oyó claramente que decían:
            -¡Qué atlético, el chico!
            -¡Hay que verlo! ¡Cuánta virguería para subir!
            -¡Aaay, y se ha tirado al agua con una cara de tonto, que lástima no tener una cámara! 
Demetrio miraba en todas direcciones lo más rápido que podía (porque le dolía el cuello) pero no vio a nadie. Así que lo primero que dedujo de ello era que estaban riéndose de él. Demetrio no era muy buen nadador, pero estaba seguro de no haberse zambullido nunca con cara de tonto. Le resultaba absurdo. Siguió nadando, pero como las risas y los comentarios siguieron, Demetrio se paró y escuchó con atención. Ahora mismo le parecía que se reían de su bañador improvisado. Pero lo más extraño era que las voces parecían provenir de debajo del agua. Demetrio hundió la cabeza y abrió los ojos. En el fondo marino, creyó distinguir una diminuta figura humana que se escabullía entre unas rocas. Nadó hasta allí, pero no encontró nada.
               De vuelta hacia casa, Demetrio se encontró con Sylvia, una chica de la clase A. Ella iba a pie, y Demetrio aminoró la marcha.
               -¿Vienes de la playa, Metrio?
               -¿¡Otra vez? ¡No me llamo Metrio!¡No sé cómo te lo tengo que decir!
               Sylvia sonrió.
               -Si, vale, vengo de la playa -admitió él. Entonces recordó las ¡voces.- Oye, Sylvia... Tú... En ocasiones ¿oyes voces y no sabes de dónde vienen?
               -Al principio sí.
               -¿Al principio?
               -Sí, en el cuarto de mi hermana. Pero luego resultó ser la vecina de arriba. 
               Demetrio torció un poco con el manillar. Sylvia rió. 
               -No, yo no oigo voces. Oigo aleteos.
               -¿Eh?
               -Sí, aleteos, vuelos de seres que no se qué son y pasan tan rápido que no los puedo ver.
                -Ah, ya. Bueno, hasta mañana .
                Demetrio vivía en una casa unifamiliar con un pequeño jardín. A pesar de su tamaño, estaba plagado de gnomos de jardín y estatuillas decorativas por el estilo. Una vez en casa, Demetrio lanzó su mochila de cualquier manera y subió a su cuarto. Y se zambulló sobre su cama. 
                 Dos días después, Demetrio volvía a la playa, esta vez con su familia, para celebrar el fin de curso. Fueron a la misma cala solitaria en la que había oído las voces burlonas. Él  se zambulló de nuevo en el agua,y nadó boca abajo. Se sumergió un poco más y... volvió a oírlas.
                 -¡Ahí está otra vez nuestro atleta!
                 -¡Ja, ja ,ja! ¡Es cierto! ¡Casi parece más rubio! 
                 -Al menos se toma menos virguerías para bucear...
                 Era evidente que hablaban de él y también que eran las mismas voces de la otra vez. Se acercó a las rocas de donde provenían. Sacó la cabeza rubia del agua y miró en ellas. Y contuvo el aliento: Allí, sentados a la bartola sobre los pliegues de las piedras había cuatro criaturillas del tamaño de un lápiz (un lápiz nuevo), con la piel de matices que iban desde el verde más verde hasta el azul más azul. Aquella gentecilla miró fijamente a Demetrio unos segundos y luego estalló en risas. Las criaturitas se retorcían en la roca, daban saltos y uno se elevó en el aire y empezó a girar. Demetrio las observó asombrado. Creía haberlas visto antes. No sólo el día del último examen, sino otras veces, en otra parte. Y entonces, uno de los hombrecillos (pues creyó distinguir dos hombrecillos y dos mujercillas) se plantó frente a él y sopló por su pipa. Y supo dónde lo había visto: Era clavado a una de las estatuillas decorativas que había en equilibrio imposible en su diminuto jardín.
                  -¡Mirad a nuestro atleta! ¡Ahora concursa para apertura máxima de ojos! 
                  Los demás estallaron en carcajadas otra vez. Demetrio les gritó:
                  -¡Bueno, basta! ¿Qué os parece tan gracioso?
                  -Pues tú, por supuesto -respondió una de las mujercillas- ¡Resultas graciosísimo: rubio, con el pelo hacia todas las direcciones posibles, con los ojos azules que no se sabe hacia dónde miran, y, para colmo, con unas pecas más pálidas que la piel!
                   Y volvieron a reír y a retorcerse en el aire.
                    -¿Qué hacéis vosotros aquí?
                    -¿Es que tú sabes dónde estamos normalmente?
                    Demetrio bufó, y aquella gentecilla volvió a reír y a carcajear.
                    -No, yo sólo digo que en la playa pinta más encontrar... no sé...Una sirena.
                    -Hombre, pues haberlas haylas, no te creas....
                    -Y, a todo esto, ¿qué sois vosotros? 
                    Las criaturillas rieron de nuevo.
                    -¡Jaaa, ja, ja!¡No sabe lo que somos!
                    Demetrio abrió la boca para protestar de nuevo, pero entonces vio a sus padres recogiendo y se tuvo que volver.

                    De camino a su casa, se encontró con un chico pelirrojo de un curso superior al suyo, que iba a su mismo instituto. Sólo lo conocía de vista, ya que había ganado algunos concursos literarios. Ese año, justamente, había ganado la modalidad de poesía con un cantar de gesta, y la de narrativa con un relato parecido a los cuentos de transmisión oral. Se acercó a él y le preguntó:
                    -Oye, ¿tú sabes de alguna criatura de esas... de los cuentos tuyos..? Bueno, de todo el mundo, en realidad... es decir, como los del cuento ese que te han premiado... sí, ¿sabes de alguna cosa de esas que sea pequeña, que tenga la piel verde.. o verdosa, al menos, y que no pare de reírse de todo? ¿Y que viva en el mar?
                     -Hombre, pues... -el chico pensó un momento- Pequeño, con piel verdosa, que se ría, se me ocurre un duende... Pero que viva en el mar... No me suena. 
                     -Ah... Bueno, pues a lo mejor es eso.
                     Se despidieron y Demetrio continuó hacia casa. Y entonces, vio a Sylvia.
                     -¡Eh, Sylvia! -la llamó. 
                     -Caray, qué cosa más rara. Me saludas voluntariamente.
                      Demetrio torció la boca, pero le preguntó:
                      -¿Los duendes viven en el mar?
                      -Que yo sepa no. Pero los duendes hacen lo que les da la gana.
                      Al entrar en casa, Demetrio se fijó en las figuritas que había en su minúsculo jardín. Una de ellas era igualita a uno de los hombrecillos que se reían de él en la playa. Confirmado, pensó. Aquellas gentecillas eran duendes.
                          
                     A la hora de comer, la madre de Demetrio anunció que ya tenían el lugar de veraneo confirmado.
                    -Nos iremos a Formentera. 
                    -¡Estupendo!¡Una isla!
                    -Exacto. Y papá y yo ya lo hemos programado todo: Saldremos en ferry el primer domingo de Agosto, así que haremos las maletas dos días antes; estaremos allí dos semanas, así que llevaréis varios pares de pantalones y camisetas; la bolsa de aseo, como siempre; chanclas, aparte de las zapatillas... Recordad que el ferry zarpará a las doce del mediodía y que hay que estar puntuales, no se nos puede olvidar nada. 
                    Demetrio empezó a sentirse mareado. Sintió pesado el estómago.
                    -Espero -continuó su padre- que antes de irnos dejéis los deberes hechos, así que haréis al menos dos o tres páginas al día, y por la mañana, así podréis jugar por la tarde. Así que nada de levantarse más tarde de las once.
                      Definitivamente, Demetrio se mareaba. Se sentía desorientado y le pesaba el estómago. Sintió calor y empezó a sudar.
                      -Mamá -murmuró- No estoy... muy...
                      -Ay, hijo, te has puesto pálido -dijo su padre.
                      -Será mejor que vaya a acostarse un rato. Luego vendrá por el postre.
                      El chico fue a su cuarto. Se dejó caer en su cama y se tumbó boca arriba. Últimamente se mareaba o se agobiaba sólo con oír horarios o planificaciones. Miró el techo y dejó la mente en blanco. Y decidió salir a dar un paseo, para despejarse. 
                     Cuando paseaba por una calle paralela a la suya, toda de casitas unifamiliares, las oyó de nuevo. 
                     -¡Eh, pequeñín! ¡Qué mala cara tienes!
                     Allí, sobre el muro de una de las casas estaba la mujercilla de la playa. Entonces, treparon al muro el resto de duendes que había visto.
                     -¿Cómo que "pequeñín"?¡Aquí los chiquitines sois vosotros!
                     -¡Error!¡Error!¡Error! -gritaba un duende saltando por el muro y alrededor de Demetrio- ¡Aquí eres  el pequeñín! ¡Yo ya tengo ciento cincuenta y tres años y tres cuartos y medio! ¡Y soy el más joven!
                     -¿¡Cómo!? ¿¡El más joven? ¿Y cuántos tiene el más viejo, entonces?
                     -Pues quinientos veintipúf -respondió una de las mujercillas.
                     -¡Qué mala cara tienes! -insistió la otra mujercilla- Tienes cara de acelga.
                     -Podríamos ir a la playa. Allí me relajo. 
                     Demetrio empezó a correr, y los duendes le siguieron dando saltos encima de los muros de las casas, Cuando un muro se acababa, ellos daban un brinco y aterrizaban en el siguiente. 
                     -¡Jaaa, ja, ja! -rió un duende- ¡Volverás a tirarte al agua con cara de lelo!
                     -¡Ahora no puede! -gritó la duende joven en mitad de una cabriola- ¡Ahora se tirará con cara de lechuga pocha! 
                      A Demetrio esos duendes le estaban crispando los nervios. Corrió aún más deprisa, dejándolos atrás, hasta la playa. No paró hasta llegar a la orilla. Allí, se sentó en la arena y apoyó la espalda en unas rocas.
                      -¡Hola hola! -canturreó un duende saltando frente a sus narices.
                      -¿Cómo... cómo habéis hecho eso? -preguntó el chico.
                      -Así -dijo el duende más mayor. Y desapareció de delante de Demetrio para aparecer sobre una roca, Luego, un poco más arriba. Luego, sobre una gaviota. Y luego, sobre la cabeza de Demetrio. Éste lo cogió y lo sostuvo frente a él.
                     -¿Qué queréis de mí?
                     -Pues te lo vamos a explicar. Ven con nosotros. 
                     Entraron en el agua y nadaron hasta una escollera, donde los duendes se subieron. Demetrio tuvo que trepar. Una vez arriba, la duende más mayor le dijo:
                     -No vamos a enrollarnos como los elfos, con tanta rimbombancia. Vayamos a la esencia de la cuestión: La Rueda de los Días no marcha muy bien.
                     -¿Eh? ¿Una rueda? ¡Llamad a un mecánico!
                     Los duendes estallaron de nuevo en carcajadas.
                     -¡No es eso, tontorrón! -le dijo la duende joven- Por esa Rueda se rigen los días de las estaciones, y las ¡horas de luz y oscuridad. Si se estropea, se alargan unas estaciones...
                     -O se acortan otras -sugirió el duende más joven.
                     -O hay más días de oscuridad.
                     -O demasiados de luz.   
                     -O se retrasan los Solsticios...
                     -O los Equinoccios.  
                     -O...
                     Demetrio empezó a marearse otra vez al oír todas esas referencias al tiempo.
                     -¡Mirad! -dijo la duende joven- ¡Qué portento de chaval! ¡Él  también nota los cambios!
                     -¿Cambios? -preguntó Demetrio- ¿Qué cambios?
                     -Algunas personas pueden notar los cambios de la Rueda de los Días y sus desajustes. Cosas como no recordar las fechas, notar el aire extraño, desorientación... a ver, ¿qué es lo que notas tú?
                      -Bueno, puesss... que me mareo si me hablan de planificaciones y horarios y cosas así...
                      -¡Fantástico! Entonces, nos vas a ayudar, ¿no?
                      -¿Qué? ¿Yo? ¿Cómo? 
                      -Las hadas consiguieron restaurar la Primavera el Equinoccio pasado. Las Hadas Menudas nos contaron cómo: Tenían que reunir tres esencias de la estación relacionadas con la vista, el gusto y el olfato.
                       -Aaaah. Es eso. ¿Y cómo lo haréis?
                       -Pues buscando algo que sea muy muy muy muchísimo del verano.
                       El chico asintió. Se zambulleron todos juntos en el mar y empezaron a nadar hasta cerca de la orilla, donde siguieron nadando y flotando.
                       -Una cosa, ¿y hay fecha tope en esta... entrega?
                       -Claro -dijo el duende joven, que estaba tumbado boca arriba en el agua- Hay que haber hecho el hechizo antes del Solsticio.
                        Demetrio tragó un poco de agua del susto y empezó a toser. 
                        -¡Solsticio! ¡Eso es el 21 de Junio! 
                        Los duendes asintieron.
                        -¡¡Pero eso es HOY!! 
                        -Bueno, bueno, chico, tampoco hay que ponerse así... -lo tranquilizó una duende- Nosotros te adelantamos y así vemos qué podemos ir cogiendo, ¿no?
                       Demetrio asintió, y los duendes se esfumaron. El chico recogió su camiseta y sus zapatillas y se encaminó a casa. Una vez llegó, decidió volver a tumbarse y dejar la mente en blanco. Se estiró boca arriba y miró el techo. Sólo de pensar en que tendría que pasar todo el verano con mareos y malestares cada vez que alguien hablase del tiempo le mareaba y le producía malestar también. 
                         -¡Eh! ¡Chiquitín! ¡Túmbate boca abajo!
                         Demetrio abrió los ojos. Era el duende joven, sentado sobre su ventana. 
                         -¿Qué?
                         -Si estás mareado es mejor tumbarte boca abajo -explicó la duende joven.
                         Demetrio obedeció. Sí, tumbarse boca abajo le venía mejor.                  
                         -Tenemos que empezar a buscar -le recordó el duende más viejo- Vamos a ver qué encontramos.
                          -Yo estoy muy mal para hacer nada -gimió Demetrio- Id y ved vosotros primero.
                          Los duendes salieron disparados hacia el pasillo, y Demetrio los oyó pasar por las habitaciones. Algunos golpes y manotazos le indicaron que habían confundido a los duendes con algún tipo de insecto.
                          -¡Papá! ¡Un escarabajo! ¡Un escarabajo!
                          -Los escarabajos no vuelan, hijita.
                          -Claro que vuelan. Los escarabajos vuelan al atardecer.
                          Al cabo de unos minutos, cuando ya casi había anochecido, Demetrio sintió algo sobre su espalda. Al girar la cabeza, vio a los duendes saltando sobre ella. 
                           -¡Eh! -les gritó. 
                          -¡Oye! -gritaban a su vez los duendes- ¡Es cierto! ¡¡Tendrías que haberte quedado boca arriba! ¡Estarías más blandito!
                          -¡Bajad ahora mismo! -Demetrio se incorporó y los envió de cabeza al suelo- ¡Dejad de hacer el cabra! ¿Habéis encontrado algo, sí o no? 
                          -No -dijo uno de ellos, y volvieron a reír.
                          -¡Pero el Solsticio ya ha pasado! -y los duendes seguían riendo- ¿Es que vosotros os reís de todo?
                          -No -dijo uno de los duendes.
                          -Nos reímos de todo lo que podemos -dijo una duende.
                          Demetrio suspiró. Y volvió a sentarse. 
                          -¿Y ahora qué vais a hacer?
                          -¡Eh, tranquilo! Las hadas nos han dicho que podemos tener una prórroga. 
                          - ¿De cuanto? -preguntó, porque ya no se fiaba.
                          -De tres minutos.
                          -¿¡Que qué!?
                          -¡Jaaaa, ja, ja, jaaa! ¡Me parto y me mondo con este chaval! ¡Que era broma, hombre! Tenemos de tiempo hasta la Noche de San Juan.
                          -Aaay, yo voy a cenar algo.
                          A la mañana siguiente, Demetrio y los duendes fueron de nuevo a la playa.
                          -Escuchad, pero, ¿cómo os llamáis?
                          -¡Ya era hora de que lo preguntaras! -dijo uno- Creía que no lo harías nunca. 
                          -So soy Tic -dijo el duende joven.
                          -Y yo, Dun -dijo el duende anciano.
                          -Yo, Prissa -dijo la duende anciana.
                          -Y yo -añadió la duende joven- Laila Laila.
                          Demetrio atribuyó aquellos nombres tan raros al hecho de que fueran duendes. Estaban ya en la playa. 
                          -Bueno, ¿por dónde empezamos a buscar?
                          -Estooo... -dijo entonces Tic- Hay otra cosa que hemos olvidado decirte: Las esencias esas han de ser naturales. Nada de plástico y esas cosas.
                           -Y entonces, ¿qué tenemos de esencias naturales del verano?
                           -Hombre, algo tiene que haber -le recordó Laila Laila.
                          -Buscaremos primero las esencias así sin ver si es natural o qué, y luego buscaremos la versión natural -resolvió Prissa.
                          Lo primero en que Demetrio (y los duendes) pensaron fue en el sabor. Se encaminaron al puesto de los helados. El chico pidió un helado de fresa de receta clásica (eso ponía en el cartel). Cuando la dependienta del puesto se lo iba a dar, Dun dio un brinco desde el suelo, que es donde habían acordado quedarse, y se lo arrebató. Demetrio se puso blanco y salió corriendo hacia la cala.
                           -Pero vamos a ver, ¿es que los duendes no sabéis cumplir promesas?
                           -No es que no sepamos -dijo Dun desenvolviendo el helado.
                           -Es que no tenemos mucha costumbre -explicó Prissa- Funcionamos mejor por acuerdos.
                          -¿Por qué?
                          -Porque implican compromiso por parte de todos los acordantes.
                          Demetrio lamió el helado.
                          -¿Esto lo consideráis artificial?
                          -No es que lo consideremos -replicó Laila Laila, mirando los ingredientes del papel- Sino que lo es. Es mejor que busquemos otra esencia, y haremos helado más tarde.
                          -La verdad es que, pensándolo bien -dijo Demetrio, masticando un mordisco de helado- lo que representa por excelencia el verano es el mar. 
                          -Es cierto -dijo Prissa- ¡Ostras! ¡Pues ya tengo las otras dos esencias!
                          -No hemos dicho que el helado fuese una -replicó Tic.
                          -Lo es -confirmó Dun comiendo un trozo de helado que había caído.
                          -Y entonces, ¿cuáles son esas esencias?
                          -Pues está clarísimo: Arena de la playa para la vista, y olor del mar para el olor. 
                          -Eh, un momento -interrumpió Demetrio- ¿Cómo pensáis coger el olor del mar?
                          -Pues en un frasco, tontuelo -respondió Prissa, pellizcándole una mejilla- Ahora sé buen chico y trae dos frascos.
                           El muchacho se dirigió a su casa de mala gana. Encontró en el trastero una botella redonda de cuello delgado y un frasquito de recoger muestras. Cuando iba hacia la playa, Tic salió de repente de detrás de un muro.
                           -¡Buenaaas! -gritó. Demetrio casi tiró los frascos. El duende llevaba unas alas azules a la espalda, que no parecían ser suyas porque le venían grandes y no las manejaba bien. Volaba haciendo eses y dando constantes bandazos, y se las intentaba sujetar como si llevaran unos tirantes.
                           -¿Qué haces?¿a qué vienen las alas ahora?¿de dónde las has sacado?
                           -Pues la verdad es que las he robado -dijo Tic, haciendo efes esta vez alrededor de la cabeza de Demetrio- Pero las devolveré. He pensado que harían falta.
                           El chico prefirió no discutir esta vez y fueron directos a la playa. Allí, llenaron el frasquito de muestras con arena y el fondo de la botella con un poco de agua de mar.
                           -Ahora hay que coger el olor -dijo Prissa- Tic, ¿pero de dónde has sacado las alas?
                           -Las he robado -respondió volando boca abajo- Ya las devolveré.
                           -Bueno, ahora cállate y ve con Laila Laila. -ordenó Dun.
                          Los dos duendes fueron al mar y, uno volando y la otra por tierra, hicieron algo extraño en el agua que Demetrio no vio bien, y entonces regresaron con una especie de tela transparente azul aguamarina. Metieron la punta en la botella y el resto entró solo. Y pusieron el tapón.
                          -Bien -dijo Laila Laila- Sólo queda el helado. Mañana es la Noche de San Juan, así que hay que darse prisita.
                          -Vaya, los duendes se responsabilizan -dijo Demetrio con sorna.
                          
                         A la hora de la siesta, Demetrio y los duendes cogieron un libro de recetas (Tic lo llevó volando, oscilando de una forma terrible) y buscaron la de helado. Demetrio sacó todos los ingredientes y empezaron a hacer el helado. Aunque el muchacho nunca había visto una preparación de postre más caótica: Tic se metió en el bol de nata y la batió con las alas desde dentro; Dun gastó más azúcar de lo necesario (y no para la receta, precisamente); Prissa y Laila Laila batieron los huevos duchándose en ellos también. Finalmente, el helado estuvo acabado... aunque un par de horas más tarde de lo previsto. 
                           Al fin, aquella Noche de San Juan los duendes se dirigieron a la playa, a la cala solitaria de siempre, cargados con las esencias. Aunque parecía vacía, los duendes fueron directos a una roca donde rompía un poco el mar. Vieron, de pie sobre ella, un duende mucho más viejo que Prissa, con la barba más larga y puntiaguda, con un bastón y una pipa casi tan grande como él.
                        -¿Las habéis traído? -preguntó con un tono que a Demetrio le recordó a película de espías.
                        -Aquí están -le dijo Dun, algo más serio, y se las entregó. El duende las miró con ojo crítico. Y extendió las manos:
                        -¡Perfecto!
                        El duende viejo volvió a hacer uso de la magia (por lo que entendió Demetrio) para juntar las esencias, que se fundieron en una nubecilla de color entre azul marino, dorado y violeta. 
                        -Tic- llamó entonces el duende viejo- ¿De dónde has sacado esas alas?
                        El aludido se puso todo lo derecho que pudo en el aire.
                        -Las he robado, pero tranquilo, que las devolveré.
                        -¿A quién se las has robado?-inquirió de nuevo. Esta vez el duendecillo vaciló un poco.
                        -A un hada.
                        -¿Para qué?
                        -Pensé que podrían hacer falta.
                        -¡¡Devuélvelas ahora mismo!! Quien sea el hada las necesita esta noche. 
                        Tic salió volando todo lo rápido que podía con aquellas alas, haciendo círculos muy raros en mitad del vuelo.
                         -¡La próxima vez, las pides prestadas! -le gritó Laila Laila.- O al menos, que las robe por favor.

                         Demetrio se tumbó en la arena. Dejó que el mar le bañara los pies. Notaba cómo se iba relajando. Estaba seguro de que ya no se marearía cuando hablasen de horarios y fechas. Sobretodo porque era verano, al fin.