Ir a casa de la abuela siempre es divertido. Normalmente, allí encuentras bizcochos caseros, sopa caliente, cojines de ganchillo, juguetes de los años 40 y trajes antiguos en baúles.
La casa de la abuela de Helena y Román tenía todo eso y muchas cosas más, pero lo que más les gustaba era el segundo piso. La casa de la abuela tenía un primer piso: entrabas por la puerta, y tenías el recibidor, y luego la cocina, el comedor, la habitación de la abuela, la salita, el cuarto de baño, una segunda habitación y, por fin, unas escalinatas que llevaban a más pasillos y más habitaciones. El segundo piso sólo lo usaban Helena y Román. La abuela nunca subía porque enseguida se quejaba del reuma, del resfriado, de los huesos, de las teclas y de otras enfermedades que a los nietos le parecían inventadas. Por eso el segundo piso estaba oscuro, polvoriento, y había muchos trastos olvidados. Y por eso a Helena y Román les gustaba tanto. Cuando llegaban a casa de la abuela, comían y luego subían al segundo piso, y allí jugaban al escondite y a adivinar a quién podía haber pertenecido un objeto viejo.Helena y Román llegaron a casa de la abuela un 29 de Febrero. Su abuela
les dio de comer y les dijo que hoy haría una doble siesta, ya que era año
bisiesto. Los hermanos comieron, cogieron sus trozos de bizcocho y
subieron al segundo piso.
-Mira cuááááánta oscuridad -dijo Román, una vez arriba- A ver quién
encuentra antes el interruptor.
-Eso dices todas las veces -contestó Helena- Y yo siempre te digo que en este
piso no hay interruptor. Ni la abuela sabe de qué siglo es.
-Pero... abajo hay interruptores, y una radio.
-La abuela remodeló el piso de abajo.
-¿Y el de arriba?
-¿No la oyes quejarse cada vez que intenta subir de que si el reuma y las
teclas y la aceática y...?
-Y todas esas otras enfermedades que se inventa.
Los niños decidieron jugar al escondite suspendido. Eso
significaba que el que buscaba estaba en constante suspense, porque el
buscado tenia permiso para asaltarle por la espalda y darle un ataque al corazón.
Pagó Helena, como siempre. Ella insistía en que su hermano tenía la cara de
hormigón armado, pero nadie le hacía demasiado caso. A él.
Empezó buscando por las salas vacías, luego por las salas con camas y luego por
las salas con sofás. Luego, fue a parar a una especie de vestíbulo. Helena
se miró en el espejo rajado de la cómoda. Pensó:
"Esta cómoda podría haber pertenecido a Quevedo. Hasta puede que él
rompiese el espejo. ¿Dónde se habrá metido Román?"
-¡¡¡UUUHHH!!!- le aulló de repente él, surgiendo de las sombras de la cómoda
de (tal vez) Quevedo. Helena dio un brinco, Román extendió las manos, ambos
resbalaron con una tela vieja y un frasco oscuro que había sobre la cómoda
cayó. Y se hizo trocitos. A su vez la tela se enganchó a Román, que
trastrabilló y cayó sobre Helena. Los dos en el suelo, sintieron claramente
cómo un viento soplaba de repente y levantaba nubes de polvo. Mientras tosían,
oyeron también muy claro unos aullidos.
-Román, no hagas el tonto.
-¡No soy yo! Seguro que son los perros de la vecina.
-La vecina tiene gatos. No digas tonterías.
-¿Cuándo he dicho yo tonterías?
-En los cumpleaños, en Navidad, en verano, por Año Nuevo...
-Ya me callo.
-¡¡¡AAUUUHHH!!!
-¡Tenía entendido que te ibas a callar!
-¡¡Te digo que no he sido yo!!
Aunque no quisiese, Helena tuvo que reconocer que no era Román el que aullaba. Los aullidos de Román no sonaban tan... a auténticos aullidos. Muchas veces se parecían más al grito de guerra de Sandokán. Los chicos miraron a todos los sitios que pudieron. El aullido volvió a aullar.
-Sss...Será el viento, ¿no? Tiene que ser -tartamudeó Román.
Helena asintió todo lo rápido que pudo. No quería ni pensar que había un lobo suelto por el piso de la abuela. Pero en ese momento descartó completamente la posibilidad del lobo, porque de entre las telas rotas de un rincón se alzó el viento que aullaba entre una nube de polvo. Cuando esta se disipó, lo que vieron Helena y Román ya no fue el viento, sino un fantasma. Un fantasma con la sábana raída y algunos parches, con una cadena colgando de la punta y con una cara enormemente triste.
Los chicos no repararon en esto último. Román olvidó su grito de guerra de Sandokán y profirió su grito de canguelo absoluto, y los hermanos echaron a correr. Román corría sin dejar de chillar por entre los muebles y las cortinas polvorientas, mientras que Helena, blanca como el papel sin pintar, se metió silenciosamente bajo una de las mesas de tres patas (porque la cuarta estaba rota). Pero ninguna de esas tácticas les sirvió a los hermanos, ya que de repente, el viento (¿o el fantasma?) los levantó a los dos y los puso bocabajo frente a las narices del fantasma (que visto de cerca tenía una pinta aún más triste, y hasta de aburrido).
-Vosoootros dooos...-empezó.
-Sí,si,sí, se-señor ffffaaantasma -tartamudeó Román- Y-ya nos lo sabemos: cómo osamos profanar susu tumb-ba yyyy... yy que estatá muy muy enfadadado y...
-Yquenosperseguiráelrestodenuestravidaysumaldicióncaerásobrenosotros -soltó Helena de golpe.
-¿¡Tú eres tonta, o qué!?- le dijo Román por lo bajinis.
-Yo soy qué, ¿por qué lo preguntas?
-¿Para qué le das ideas al enemigo?
-¡No le doy ideas, bobo, él ya lo sabe!
-¡Pues no se lo recuerdes! -Román hizo un esfuerzo por no gritar, y a cambio empezó a girar en el aire sobre sí mismo.
-¿Y quién te dice que no se le había olvidado?
En ese momento, el fantasma se interpuso entre los dos. Ambos callaron y esperaron que dijera algún tipo de frase espectral. Pero en vez de eso, la boca en la sábana pareció sonreír .Y de repente, de golpe y porrazo (sobretodo porrazo) Román dio en el suelo con todos sus huesos, sus carnes y su merienda por digerir, y el fantasma salió volando llevándose a Helena detrás, en volandas, blanca como el mismo fantasma y bloqueada por el miedo, lo que le había impedido gritar o sacudirse en el aire.
Román se quedó solo. Se levantó medio aturdido y pensó qué hacer, yendo arriba y abajo por la estancia. No se le daba muy bien saber qué hacer. Eso era más bien cosa de Helena. Lo primero que se le ocurrió fue gritar o llamar a la abuela. Decidió que lo último tal vez sería mejor opción. Bajó las escaleras corriendo y fue al cuarto de la abuela.
-¡Abuelaaa!¡¡Abueeeelaaaaa!!
No estaba en el cuarto. Fue a la sala de estar.
-¡Abuelaaaa!¡¡Abueeelaaaaa!!
No estaba tampoco. Entró en la cocina.
-¿Abuela?¿¿Abuela?
La abuela se había dormido allí, viendo la tele, donde en ese momento ponían un programa muy aburrido sobre la moda de la temporada.
-¡Abuelaaa!¡¡Abueeelaaaa!!
Nada. A la abuela no había manera de despertarla. Normal, habiéndose dormido con un programa tan aburridísimo. Además, ahora estaban pasando pijamas y eran horribles. A Román no le quedó más remedio que subir de nuevo. Ya arriba, lo primero que vio fue al fantasma, con Helena a su lado, ahora más azul, levitando bocabajo.
-¡Te pillé! -le gritó el niño- ¡Suelta a mi hermana!
Y con otro de sus aullidos de guerra estilo Sandokán, se lanzó al fantasma y le agarró la sábana. Se oyó un rasgón de telas y el chico se vio con el fantasma en la mano. Entonces, el fantasma se libró de ella (así, de un tirón, porque Román no se lo esperaba) y se elevó de nuevo, con un siete en un lado de la sábana, y con toda la furia le sopló a Román en la cara. Le sopló, sí. Todo un huracán se ensañó con el pobre niño, que entre los soplidos creyó oír que le decía:
-¡Bestia!¡Majadero!¡Si quieres encontrara a tu hermana, naturalmente la buscarás primero!
y entonces cesó el viento y el fantasma se alejó volando. Román lo siguió a todo correr, pero antes de alcanzarlo, el fantasma atravesó un umbral y cerró la puerta tras de sí. Y, de paso, cerró también las demás. Román se vio de repente encerrado en aquella sala oscura que olía a polvo mojado (era increíble la cantidad de cosas raras a las que olían las cosas de segundo piso). El niño fue a una de las puertas y se puso a tirar del picaporte de todas las maneras que se le ocurrieron. Pero lo único que consiguió fue quedarse con el pomo en la mano. Desanimado, (y bastante asustado también) se sentó y pensó.
"En primer lugar, las puertas se abren girando el pomo, no tirando. Después, el fantasma me ha soplado que debo buscar a mi hermana. O sea, el fantasma -Se dio cuenta entonces, aliviado- ¡sólo está jugando al escondite conmigo!"
De acuerdo con las reglas, Román debía contar hasta cien, pero calculó que con todo el lío le habría dado tiempo a contar hasta ciento sesenta y dos y tres cuartos, además, a Román no le gustaba mucho estar de acuerdo con las reglas, así que directamente, empezó a buscar. Primero, probó a abrir una puerta. Efectivamente, si giraba los picaportes despacito, las puertas se abrían, chirriando de qué manera.
El muchachito empezó a buscar. Miró en rincones, detrás de las cortinas, dentro de los baúles, en todas las habitaciones, en la bañera... Nada. Hasta miró bajo las alfombras por si por alguna de aquéllas el fantasma estuviera ahí. Tampoco. Román pensó que tenía que sentarse a pensar otra vez.
Realmente, a él el juego del escondite no le hacía demasiado, buscar (y encontrar) se le daba mejor a su hermana. Respiró hondo. Estaba poniéndose nervioso. Y entonces se dio cuenta de otra cosa: El fantasma no jugaba con él al escondite, ¡sino al escondite suspendido! Había estado todo el rato esperando que el fantasma saltase por cualquier parte. Daba un poco de miedo, pero era un fantasma tan viejo... ¡Un fantasma tan viejo!
"¡Eso es! -pensó entonces- ¡Es tan viejo que seguro que ha elegido un escondite clásico!"
Y corrió a mirar bajo las camas (que eran dos) y en el armario. El armario se abrió lentamente (porque no lo engrasaban desde hacía siglos y siglos) y volvió a soplarle el viento en la cara . El fantasma estaba allí. Se elevó sobre la cama y dejó caer a Helena, que rebotó en el colchón.
Su hermano comprobó aliviado que se le había pasado el canguelo:
-¡Fantasmón! ¡Fantasmón! ¡No se me ocurre nada más! ¡Pero prepárate si ocurre y se me ocurre, por que lo que ocurra no te habrá ocurrido aún, no, señor! ¡Como te coja, especie de mopa para el suelo, te voy a...!
Y lo que le fuera a hacer quedó para otro momento, porque el fantasma agarró entonces a su hermano y lo volvió a colocar boca abajo en el aire.
-¡Cógeme, entonces, si puedes o eres osada o las dos cosas! -y salió volando.
Helena se abalanzó sobre el fantasma, pero se escurrió en el aire y cayó de narices en la cama, que despidió una nube de polvo. La chica tosió y le saltaron las lágrimas, a la vez que intentaba gritarle al fantasma el insulto adecuado.En cuanto de recuperó, corrió a buscarlo.
-¿¡Dónde te has metido!? -gritó al silencio- ¡Responde ahora! ¡Deja a mi hermano donde pueda verlo y cogerlo, que para algo tiene que servir!
-Pues aquí -y el fantasma apareció sobre un viejo reloj de cómoda. Helena no lo pensó (cosa rara en ella) y se lanzó de cabeza sobre él, que, como era de esperar, se alzó unos metros más y la chica cayó otra vez. Se levantó tambaleándose y corrió detrás de él, mientras Román pataleaba y daba vueltas sobre sí mismo gritando cosas sin sentido, como algo sobre hacer los deberes, irse a la cama a las diez o no andar descalzo. Helena los siguió sin aliento. ¡Estaban jugando al pilla-pilla! Y eso que ella no era nada buena corriendo sin parar. Eso era más cosa de su hermano. El fantasma no paraba de correr (bueno, más bien de volar); se paraba sobre los objetos y la muchacha se lanzaba sobre él, tirándolo todo por el suelo. Helena corría subiéndose a las mesas, saltando sobre las sillas y hasta rompiendo cristales. Uno se preguntaba cómo era que la abuela no lo oía. Cada vez que el fantasma se quedaba quieto, ella tenía que saltar, y nunca lo alcanzaba. Mientras intentaba trepar a un armario para agarrar un extremo de la cadena, Helena pensó.
"No recuerdo que los fantasmas sean especialmente tramposos, pero este, desde luego, ¡no está siguiendo las normas! En teoría, está jugando al pilla-pilla, ¡pero lo hace como si jugara al tula en alto!"
-¡¡Altooo!! -gritó entonces- ¡Tregua!¡Stop!¡Tiempo!
El fantasma se paró.
-Sé que estás jugando al pilla-pilla, pero no has establecido normas. ¡En el pilla-pilla, se ha de estar en igualdad de terreno y posibilidades! ¡Pero tú estabas jugando como si fuera el tula en alto! ¡Decídete!
El jirón de la boca de la sábana fantasmal pareció sonreír.
-Tula en alto -decidió. Y salió volando de nuevo. Helena estaba hasta el gorro. Y decidió otra cosa. Bajó al primer piso, donde la abuela aún dormía sobre la mesa de la cocina, y cogió la aspiradora. Subió de nuevo y buscó a aquella sábana voladora. La flotando sobre la mesa grande de madera. Entonces, Helena enchufó la aspiradora (el cable era lo bastante largo para enchufarlo en el piso de abajo) apuntó al fantasma con el tubo y lo aspiró adentro. Román cayó de bruces contra la mesa, que crujió peligrosamente.
-¡¡Fantasma!! -llamó Helena a dentro de la bolsa de la aspiradora- Queremos parlamentar.
-¿Queremos? -protestó Román- ¡Querrás tú! ¡Yo estoy hasta el pirri!
-Quiero parlamentar -corrigió la hermana- Saldrás si te comprometes.
-¿Y de qué me vas a hablar?
-Quiero una explicación a todo este jueguecito por narices.
-¡Eh, espera, que yo también quiero explicaciones! -protestó Román.
- ¡Aclárate! O parlamentas o no parlamentas, pero las dos cosas no puede ser.
-Vaaale, vaale, parlamento, pero venga, fantasma, que Helena tiene que hacer los deberes
-¿Yo? ¡Y tú también!
-Veeenga... -se oyó desde dentro de la aspiradora, seguido de unas toses guturales.
-¿Pero estás dispuesto a parlamentar, sí o no?
-Sí, de acueeerdo...
Román arrancó la bolsa de cuajo y la abrió. EL fantasmón salió disparado hacia arriba, pero Helena lo frenó agarrándolo por la bola de la cadena.
-¡Quieto! Queremos una explicación.
-O todas las que hagan falta. Hoy no hay deberes de Mates.
-Pero tienes de Conocimiento del Miedo.
-Si, los del Miedo, ya los he hecho.
-¿Os tengo que dar explicaciones yo, o me vais a contar vuestra vida?
-¡Explícate! -exigió el hermano.
-Yo estaba encerrado en ese frasco que rompisteis -empezó- al romperlo, conseguí salir.
-¿Y por qué estabas ahí dentro? -preguntó Román.
-¡Cállate! Ya lo explicará.
-Gracias -zanjó el fantasma- Veréis, las doblé un 29 de Febrero. Como fantasma, tengo que vagar agitando cadenas, aullando y metiendo ruido tiempo y tiempo. Pero morirme en año bisiesto... ¡Qué mal! Sólo puedo vagar agitando cadenas, aullando y metiendo ruido ese día. ¡Nada más! Me alegré de que hubiese niños hoy, decidí jugar un rato con vosotros.
-¡Pues qué amable! -dijo Helena- ¿Sabes que eso no funciona así?
-¡Claro que no! Lo que hay que hacer es decir: "¿Puedo jugar?"
-Bueno, ya, pero... ¡Me aburro mucho! Me aburro hasta cuando salgo los 29 de Febrero.
-¿Y cómo sales si no hay nadie que te rompa el frasco? -preguntó Román.
-Siempre lo abro de una forma o de otra. Niños, ¡ojalá pudiera estar fuera más tiempo! 24 horas no son bastantes.
La verdad es que el fantasma les daba mucha pena.
-Bueno, podemos jugar el resto del día -propuso Román. Él y el fantasma se levantaron.
-¡Esperad! -dijo Helena- Ya sé cómo puedes estar fuera más días.
El fantasma se plantó ante ella.
-En realidad, sales cada año bisiesto, ¿no? Bueno, aunque sólo haya un 29 de Febrero, las consecuencias de ese 29 de Febrero se dan en todos los meses siguientes, ¿no? Pues entonces, eso significa que puedes estar fuera a partir de cada 29 de Febrero.
-¡¡Yuuujuuuu!! -exclamó el fantasma. ¡Ésa era la solución! Se puso a dar vueltas de pura alegría y se cargó una ventana con la bola de la cadena del impulso.
El resto de la tarde la emplearon en jugar con el fantasma y en buscar un nuevo frasco para él. Eligieron una botella enorme, con tapón, que en su día debió contener whisky porque el olor era para caer de espaldas. Pero al fantasma no le importó. Más bien se puso más contento. También jugaron a darse sustos entre sí. Y en darle otro bien gordo a la abuela, que casi la tiró de la silla.
La Brújula Despistada
miércoles, 30 de mayo de 2012
domingo, 27 de mayo de 2012
La Rueda de los Días.
Equinoccio de Primavera.
Era un hada. Un
hada de color violeta. De hecho, Sylvia juraría que fue el “bicho” que se coló en su habitación
el día anterior. La cogió con cuidado y la sostuvo frente a su nariz.
-¿Qué haces aquí? ¿Estabas ayer en mi cuarto?
El hada se
retorció un poco, y le dijo:
-¡Suéltame, suéltame! ¡Tengo prisa!
-¿Prisa por qué?
-¡No debes meterte en esto!
-Pero ¿por qué?
-¡Esto es un asunto muy delicado,
no me distraigas!
El hada se zafó de los dedos de Sylvia y salió volando
hacia los árboles, dejando tras de sí una débil estela de polvillos violetas.
Sylvia
apenas tuvo tiempo de reaccionar, y la perdió de vista. Decidió entonces volver
al hostal.
Una
vez en el hostal, decidió preguntar a la dueña, ya que conocería mejor esos
parajes. La encontró otra vez cerca de las escaleras, como si realmente no
hubiese ido a buscar a su padre. Se le acercó, pero de repente recordó lo raro que sonaría cuando le preguntase por un hada. De todas formas, se aproximó y le
preguntó:
-¿Ha encontrado ya a mi padre?
-Sí. Ya tenéis asignada la mesa. ¿Algo más?
-Ehhmm... -Sylvia dudó- Bueno... Hace un momento... me ha parecido
ver... un hada.
La
mujer asintió.
-Sí, abundan bastante por aquí. Mira, allí
está tu padre.
Su padre le hacía señas para que se diera prisa. Debían irse ya. De camino al
coche, la preguntó sobre qué hablaba con la dueña.
-De
una especie que parece abundar por aquí.
-¿Ah, sí? ¿Cuál es?
-Las libélulas.
Al
sábado siguiente, fueron de nuevo a ultimar detalles en aquel hostal (para
agobio de Sylvia, que seguía sin conseguir recordar la fecha). Había estado
reflexionando en su cuarto. Sus conclusiones eran dos: Podía volver a preguntar a la dueña (de hecho, lo haría) y además, pensaba buscar al hada.
Había volado entre los árboles, así que la buscaría primero. Ya en el hostal,
Sylvia fue hacia allí directamente. Se abstuvo de decirles a sus padres que iba
a cazar libélulas. Caminó entre los árboles, sin mucha prisa, porque realmente siempre
podía preguntar a la dueña. Llegando estaba a un lugar donde los árboles
estaban mucho más unidos, cuando le pareció oír voces. Procedían de un grupo de
sauces llorones. Sylvia llegó a ellos y se asomó. Y se asombró de los que vio.
Allí había reunidas unas veinte hadas. Sylvia supo que eran hadas, porque había
entre ellas tanto hadas pequeñas como la que atrapó en el matorral, como hadas
de tamaño más o menos humano (de estas, supo que eran hadas porque algunas
tenían alas en la espalda). Aquellas hadas parecían haberse reunido para algo,
porque había allí una mesa, con un pergamino y agua. Sylvia decidió volver,
ahora que sabía dónde estaban las hadas, a preguntar a la dueña. De camino al
hostal, se la encontró.
-¿Va usted a los árboles?
-Sí, claro. Tengo algún asunto que hacer por allí.
-Entonces la acompaño.
-Bien.
Hubo un momento de silencio, en el que Sylvia
pensó en cómo preguntar.
-Viviana, ¿sabe que hay una reunión de
hadas entre unos sauces?
-Pues claro que lo sé, Sylvia. Voy allí.
Y
entonces Sylvia se percató de que Viviana tenía un aspecto muy parecido al de
algunas hadas de tamaño humano que había visto en los sauces, y, al fijarse en
sus pies, recordando de pronto cosas que sabía de las hadas, notó que eran
pequeños, muy pequeños, y descalzos en ese momento.
-¿Es usted un hada?
Y Viviana sonrió.
-Sí, lo soy. Y tal vez ahora quieras ir más aún a la Reunión de las Hadas.
-La verdad es que sí. ¿Por
qué lo dice? ¿Le importa mucho si voy?
-A mí no. Pero tal vez a quien dirija
esta Reunión sí le importe, porque tú, Sylvia, no eres un hada.
Llegaron al grupo de sauces. Viviana se sentó junto a un tronco, y
Sylvia se sentó a su lado. Como si no se hubieran percatado de su presencia, un
hada alta, con el pelo rizado color cobrizo se acercó a la mesa y tomó el
pergamino.
-Buenos días -dijo, y al hablar, las hojas de los árboles cercanos
empezaron a moverse suavemente- Gracias a todas por venir. Ya se habló del
posible problema en la reunión pasada. No somos las únicas que han notado los
síntomas. Pero ahora lo sabemos: se ha confirmado el retraso.
Sylvia
no había entendido nada. Pero no tuvo tiempo de preocuparse por eso, porque de
repente, sintió una mano en su hombro y una presencia por detrás de ella. Dos
hadas de tamaño mediano la habían rodeado. Una de ellas levantó una mano.
-Alto
un momento –pidió- Aquí hay alguien que no debería estar.
El
hada que dirigía la reunión se giró y la vio. Se acercó lentamente.
-¿Quién te ha dejado entrar?
-Viviana
-dijo Sylvia en seguida. Y el hada miró a Viviana.
-No
creo que sea malo que ella entre -se
explicó- He podido notar que está sufriendo una de las consecuencias del
desajuste temporal.
El
hada cobriza cambió de gesto y asintió. Se giró de nuevo a Sylvia.
-¿Te ocurre algo últimamente?
-Pues...
la verdad es que lo más raro que me ocurre es que no consigo recordar las
fechas. Mire, resulta que vamos a celebrar algo el 21 de Marzo, ¡pero no logro
recordar qué es, ni qué ocurre ese día!
Las
hadas susurraron entre sí, como si conocieran el problema.
-Bien,
en ese caso, puedes al menos saber lo que ocurre. La Rueda de los Días, por la
que se rigen las estaciones, las horas de luz y oscuridad, los días de frío o
calor, se está descompasando. De repente se ralentiza y luego gira muy deprisa.
Eso trae muchas consecuencias. Provoca inestabilidad en el tiempo y las
estaciones, pérdida de la noción de los días, olvidos con fechas importantes.
Hicimos una reunión cuando empezamos a notar los primeros síntomas. Nosotras,
las hadas, hemos de volver a estabilizar la Primavera.
-¿Y cómo pensáis hacerlo?
-Pues
aún no lo tenemos claro. Pero hemos estado investigando.
Sylvia
vio entonces, a un lado de la mesa, un tronco hueco que contenía libros y más
pergaminos.
-¿No podría ayudar yo? -se
ofreció ella.
-¿Tú? –preguntó fríamente un hada
vestida de blanco, con la piel pálida y lo ojos gélidos- ¿Y qué podrías hacer tú?
-No
menospreciemos lo que alguien puede hacer –contestó Viviana. El hada cobriza
anunció que lo primero que harían antes de deliberar sería buscar la solución
definitiva. Las hadas se pusieron entonces a consultar libros y pergaminos.
Sylvia cogió un libro y lo abrió, por intentar hacer algo. Se fijó en que no
había sólo hadas chicas, había también hadas chico, unos “hados”. Tenían los pies pequeños, como
las chicas hadas, y también los había de todos los tamaños. En ese momento, una
de las hadas diminutas (de color verde lima) lanzó una exclamación y se alzó
haciendo una espiral de polvillos. Y ella y el resto de hadas que sostenían el
libro se acercaron al hada del pelo rizado llevando el tomo pesadamente.
-¡Aquí! -el hada lima voló hasta
una línea y la señaló- ¡El capítulo sobre las Esencias del Tiempo!
El
hada rizosa cogió el libro y leyó el capítulo.
-¡Atención, hadas! -llamó al
acabar- Aquí hemos encontrado la forma de acompasar de nuevo, no sólo la
primavera, sino además todas las estaciones. Si se hace bien, cada estación
tendrá sus días.
-A
mí no me importa que el invierno dure un poco más -dijo el hada de blanco.
-Eso
no es justo -replicó un hada de cabellos con gotas de rocío y ojos brillantes-
Si el invierno dura más, el resto de estaciones no tendrán suficientes días.
Sylvia
cogió el libro donde estaba la solución. No entendió lo que decía, aunque había
varios dibujos de relojes de sol, de arena y posiciones de las estrellas.
-La
solución no es difícil -dijo el hada cobriza- Debemos atrapar tres esencias de
la estación en concreto. Deben ser relacionadas con el sabor, olor y vista.
-Entonces,
¿puedo ayudaros? -pidió Sylvia.
Las hadas se miraron, y luego miraron al hada presidente.
-Bien,
tal vez ciertas cosas resulten difíciles de atrapar para un Hada Menuda. Puedes
ayudarlas.
Las
Hadas Menudas volaron todas y la rodearon. Rieron un poco y juguetearon con su
pelo.
-¡Qué bien! -exclamó una- Es la
primera vez que trato con humanos. ¡No veo la hora de empezar!
Y
entonces, Sylvia recordó.
-¡Hora! Mis padres deben estar
recogiendo ya. ¡Debo irme a casa, pero veré que
puedo hacer desde allí! ¡Volveré para el 21! ¡Hasta pronto, Viviana! -Sylvia
echó a correr, y llegó justo a tiempo para subir al coche sin tener que dar
demasiadas explicaciones.
Una
vez en su cuarto, Sylvia se dejó caer en la cama. Y pensó. Pensó en las
esencias aquellas. ¿Dónde encontrarlas? ¿Qué hacer con ellas? ¿Cómo usarlas? Pero sobre todo, ¿Qué esencias son esas? Sylvia
se incorporó. El hada cobriza había hablado de esencias de la estación. Bien.
De eso, no tenía ni idea. Pero sí podía buscar algo relacionado con el olor, el
sabor y la vista. Recordó sus colonias. Tal vez alguna de ellas sirviese. Fue
hacia sus frascos, y cogió el de rosas, que le recordaba más a la primavera.
-¡Hola
otra vez! -y el hada violeta asomó por detrás del frasco. Sylvia casi lo dejó
caer.
-¡Tú! -exclamó- ¿Qué haces aquí? ¿Cómo has venido?
-En
tu bolsillo -sonrió el hadita- Y no sólo yo.
Efectivamente,
de entre los frascos asomaron dos Hadas Menudas más: el hada verde lima y otra
azul.
-Te
ayudaremos con las esencias -anunció el hada azul- Soy Madrugada de Verano.
-Yo,
Hoja de Limonera -se presentó la verde lima.
-
Y yo -dijo la violeta- soy Prímula al Viento.
Sylvia
expuso su problema con las esencias. Las hadas le explicaron que les esencias
se capturaban en algo relacionado con el sabor, el olor y la vista de dicha
estación.
-¿Y las tenemos que capturar todas nosotras? -preguntó Sylvia.
-Eh,
tranquila, que sólo son tres -le recordó Madrugada de Verano.
-Pero...
¿Qué podemos hacer? Vosotras
sois diminutas y yo no tengo ni idea...
-Calma,
Sylvia -le dijo Hoja de Limonera- Las Hadas Menudas estamos más capacitadas
para coger cosas intangibles.
-¿Eh?
-¡Exacto! -corroboró Prímula al
Viento- ¡Podemos hacer vestidos con
nubes y pendientes con gotas de rocío!
-Sylvia,
¿con quién hablas? -preguntó su
madre- Ven a comer, papá ya ha servido.
Después
de comer, mientras sus padres y su hermana descansaban un poco, Sylvia se
reunió en su habitación con las hadas.
-Como
se trata de la Primavera
-dijo Hoja de Limonera- empezaremos por lo más característico de esta estación:
el olor.
-¡Muy bien! Vamos allá -Sylvia
fue hacia sus colonias, y Prímula al Viento la siguió.
-Aquí
tengo colonia auténtica: hay con aroma a flores varias, a vainilla, a coco, a
frutas del bosque, a frutas exóticas, a azucenas, a margaritas...
Madrugada
de Verano voló entre los frascos y sostuvo a su vez el que sostenía Sylvia.
-Mmmm...
Me parece que estos aromas no nos sirven -anunció.
-¿Cómo que no? Huelen de
maravilla. A Primavera.
Y
echó un poco sobre ella. Madrugada de Verano tosió y se tambaleó en el aire.
-¡No sirven esos perfumes
-explicó Hoja de Limonera- porque debemos capturar las esencias en algo
relacionado con esos sentidos absolutamente
natural!. ¡De la Naturaleza !. Mira, veamos qué otras esencias podemos
atrapar en tu casa y si no, barajaremos posibilidades.
Pensaron.
¿Qué esencia podrían atrapar en
casa, y en qué? Pensaron en el sabor. ¿Cuál es el sabor característico de la Primavera ?
¡Pues claro! Sylvia se dio cuenta en seguida. ¡Las fresas con nata! Corrieron
(la mayoría volaron) a la cocina. Allí, Sylvia abrió de golpe la nevera, sacó
un cuenco de fresas y el spray de nata. Roció las fresas con ella y lo mostró a
las hadas.
-¡Maravilloso!
-¡Genial!
-¡Estupendo! Pero no sirve.
-¿¡Cómo!? -le gritó Sylvia a
Madrugada de Verano- Pero... Pero si...
Madrugada de Verano y Hoja de Limonera volaron hasta el
spray de nata que Sylvia sostenía.
-Aquí
hay demasiada química artificial -informó Hoja de Limonera.
-Necesitamos
algo más natural -afirmó Prímula al Viento.
Sylvia
suspiró.
-Pues
no creo que tenga nada más. ¿Ni
la leche envasada? ¡Ah, la vista! Pero no creo que
sirva una fotografía, ¿no?
Las
hadas negaron con la cabeza.
-Ya
lo suponía.
-No
te preocupes -dijo Prímula al Viento- Has hecho lo que has podido. Además, ¡no vamos a desperdiciar lo que
has hecho con las fresas!
Y
las hadas se zambulleron en la nata y se pusieron a comer las fresas.
-¡Esperadme, tramposas! - y
Sylvia cogió una cucharilla y se puso a comer también.
Al
día siguiente, por fin era la fecha. Sylvia estaba nerviosa, no sólo porque no
había conseguido capturar las esencias (y eso que fue ella quien se ofreció)
sino también por no conseguir recordar ni la fecha, ni el motivo de la
celebración. Ataviada con un vestido blanco de vuelo atado a la espalda y el
pelo castaño suelto, subió al coche y pensó en posibles soluciones. La única
que se le ocurrió fue preguntar de nuevo a Viviana.
Cuando
entró en el hostal, fue directa a buscarla. No la encontró por ninguna parte.
Fue incluso a preguntar a la secretaria, pero tampoco estaba. Sylvia corrió a
los árboles.
A
medio camino, la encontró.
-¡Viviana! ¡Viviana! -llamó. Ella se giró,
y la esperó- No he podido atrapar ninguna esencia. Nada de lo que tenía a mi
alcance era lo bastante natural.
-Tal
vez no te lo explicamos bien. Ahora vendrás a la Reunión y veremos qué puedes
hacer.
Y
una vez de nuevo en los sauces, el hada de pelo cobrizo volvió a presidir:
-Lo
lamento, Sylvia. Cometimos una equivocación. Olvidamos que no sabes de lenguas
ancestrales. Pero a pesar de eso, lo has entendido muy bien, gracias a las
Hadas Menudas que te acompañaron. No te preocupes, aquí encontraremos lo que
necesitamos para atrapar las esencias necesarias. Tú nos ayudarás.
Sylvia
respiró aliviada.
-Un
momento -dijo entonces el hada de blanco- Nos has hablado de cómo acompasar de
nuevo la estación, de cómo atrapar las esencias... Pero no encaja algo. Todos,
todos los hechizos y formas mágicas para devolver algo a su estado natural que
conozco implican algo, una condición, una parte mala. Bien lo saben las Hadas
Madrinas.
Un
grupo de hadas de tamaño humano, algunas sin alas y otras ya ancianas hablaron
entre sí y asintieron.
-Dinos,
entonces -continuó el hada- cuál es la condición de este hechizo.
-La
condición de este hechizo es -dijo el hada cobriza- que debemos haberlo
cumplido antes del final del Equinoccio.
-¡Equinoccio! -gritó Sylvia- ¡Esa era la palabra! ¡El 21 de Marzo es el Equinoccio
de Primavera! Espera un momento, ¡es hoy!
Las
hadas se alarmaron. Efectivamente, ¡el Equinoccio de Primavera empezaba y finalizaba ese mismo día! ¡No habría tiempo bastante! Pero
el hada presidente no perdió la calma y alzó la mano.
-Un
momento, hadas -las tranquilizó- Veamos primero cuáles son esas esencias, antes
de alarmarnos.
Entonces,
Sylvia y las Hadas Menudas se levantaron y dijeron:
-¡Nosotras ya tenemos dos
esencias! ¡Sí! -añadieron, ante la mirada
atónita del hada de blanco- ¡Aroma
de flores silvestres para el olor! ¡Y fresas con nata para el sabor!
-¿Y por qué no las sacáis?
-apremió el hada del rocío en el pelo.
-Bueno,
es queee... -tartamudeó Prímula al Viento- En realidad, sabemos que son esas,
pero los ingredientes que encontramos no eran correctos.
-Es
verdad -intervino Hoja de Limonera- Eran demasiado artificiales.
-Bien
-concluyó el hada cobriza- Entonces, sólo tenemos que coger esas dos, y sólo
nos quedará una.
-En
mi hostal tengo lo que necesitamos -dijo Viviana.
Decidieron
que Viviana, Sylvia y las Hadas Menudas, junto con algunas hadas más, irían al
hostal a por las esencias. El resto se quedarían entre los sauces, buscando la
tercera esencia.
Una
vez en el hostal, Sylvia, Viviana, las Hadas Menudas y unas cuantas más que las
habían acompañado subieron a las habitaciones, Pero en ese momento, los padres
de Sylvia la vieron, la pararon.
-Sylvia,
¿a dónde vas ahí arriba?
-Pues
ahí arriba -respondió- Me han invitado -y corrió a subir.
El cuarto de Viviana era una habitación pequeña, pero adornada con plantas
florales, con finas telas de colores en las paredes y una cama con dosel. Todos
se sentaron en la cama, en sillas y en el suelo.
-Decíais
que eran fresas con nata y aroma de flores silvestres, ¿no? -preguntó Viviana. Sylvia
asintió.- Bien. Yo conozco una receta para hacer nata. Mientras la preparamos
algunas, otras pueden ir detrás de esa loma -y señaló el sitio por la ventana-
Si aún no hay frutos, me temo que tendréis que acelerar el proceso. Sylvia, ¿tú con quién prefieres ir?
Ella
lo pensó mucho. Por un lado, quería estar con Viviana, pero por otro, quería
ver cómo las hadas (y los “hados”, que también habían venido
varios de todos los tamaños) “aceleraban
el proceso”.
-Viviana,
¿te molesta si voy con las hadas
a por las fresas?
-No,
claro que no.
Y
Sylvia fue con ellas. Al llegar a la loma indicada, las hadas soltaron una
exclamación. Efectivamente, en los arbustos apenas habían aparecido los
primeros brotes.
-Vamos
a tener que acelerar muuuuuucho el proceso -suspiró un Hada Menuda chico.
Sylvia seguía preguntándose cómo acelerarían el proceso y a qué proceso se
referían. Lo averiguó en seguida: las Hadas Menudas volaron hacia los arbustos
y los rociaron con sus polvos. Luego, las hadas de mayor tamaño se acercaron a
ellos y (de alguna manera que Sylvia no pudo saber bien) usaron su magia. La
cuestión fue que, al cabo de unos minutos, de los arbustos crecieron
rápidamente hojas verdes, y, poco a poco, despuntaron motitas rojas que se
convirtieron en fresas. Sylvia y el resto de hadas, alegres y aliviadas,
recolectaron muchas fresas y las pusieron en cestos. Sylvia las hubiera
recogido con la falda de no haber llevado el vestido blanco. Al llegar al
hostal, una hada chico de tamaño humano les indicó que bajaran directamente a
la cocina. Allí, encontraron al resto, y Viviana les mostró un cuenco grande
con un líquido blanco.
-¿Qué
es? -preguntó Sylvia.
-Esto
es la nata -respondió un hada de tamaño mediano- Ahora sólo falta montarla.
Viviana
le tendió un batidor.
-¿Quieres
probar tú? -y Sylvia sonrió y lo cogió. Batió la nata hasta que se cansó. Diez
minutos más tarde, ya la tenía montada. Volcó el cuenco sobre otro más bonito
en el que las hadas habían puesto las fresas. Y entonces se le ocurrió algo.
-¡Eh, tengo una idea! ¡Que las Hadas Menudas esparzan
sus polvos en la nata!
Y
al hacerlo, la nata se infló y se rizó maravillosamente. Volvieron al cuarto de
Viviana. Ahora debían coger la segunda esencia: el olor. El principal problema
era que no había aún suficientes flores.
-¿Tú
sabes cómo hacer colonia natural? -preguntó Sylvia a Viviana. Ella asintió- ¿No
podéis volver a acelerar el proceso? -esta vez Viviana negó con la cabeza.
-Demasiadas
aceleraciones con magia podrían empeorar la situación -explicó- A una mala sí,
habría de hacerse, pero primero hay que buscar otra solución.
Sylvia
salió un momento al comedor a ver cómo les iba a sus padres. Y entonces volvió
a ver las ristras de hierbas aromáticas que colgaban del mostrador.
-¡Viviana, ya sé, ya lo tengo! ¡Usaremos las flores que tienes
en el mostrador!
La
idea fue bien acogida. Cogieron algunas flores y las machacaron en un mortero
con agua. Pusieron en la mezcla unas gotas de licor dulce y la sacudieron un
poco, una vez metida en la botella de vidrio.
De
nuevo en los sauces, entregaron al hada las esencias recogidas. Y se reunieron
de nuevo, porque el otro grupo no había encontrado la tercera esencia. No
sabían qué podían atrapar visualmente, ni tampoco de forma natural, porque no
podían usar una cámara fotográfica. Sylvia se apartó un poco y se sentó en una
colina. Y observó el paisaje.
-Hola
-saludó alguien entonces. Era Prímula al Viento.- ¿En qué piensas?
-En
la tercera esencia. No podemos atraparla.
-Podríamos.
Este paisaje es perfecto.
-Es
verdad. Pero no puedo usar mi cámara. ¡Oye! Podríamos dibujarlo, en vez de fotografiarlo.
-Pero
las pinturas no son naturales.
-En
realidad, los lápices de colores son las pinturas más naturales que podemos coger. Y el
papel... viene de los árboles.
-Prefiero
algo más natural.
-Viviana
tiene pergaminos -recordó entonces Sylvia.
-¡Perfecto!
Unos
minutos más tarde, Sylvia había acabado de pintar.
-¡Eeehh, atención, escuchad,
tenemos la tercera esencia! ¡Sí
señor! ¡Aquí vieneee! -gritaba Prímula
al Viento dando vueltas entre las hadas.
-Cálmate
un poco, por favor, que no eres un duende -protestó el hada de blanco.
Sylvia
se acercó al hada de los rizos color cobre y le entregó el pergamino. Ella lo
miró y sonrió.
-¡Prefecto!
El
suspiro de alivio se oyó por todo el claro. Viviana se acercó a Sylvia.
-Ese
pergamino era mío.
-¡Huy, lo siento! ¡Era una emergencia! Entenderás que
se trataba de una emergencia, ¿verdad?
Lo entiendes, ¿no? Porque yo sólo quería...
Viviana
sonrió.
-Claro
que lo entiendo.
Y
las dos observaron cómo las hadas extrían las esencias, que se fundieron en una
brisa de color entre azul, verde y rosado. La Primavera , al fin, había llegado del todo.
-¿No teníais reservada una mesa
para diez? -preguntó Viviana de repente.
-¡Anda, es verdad! -Sylvia se
llevó las manos a la cabeza- ¡Tengo
que correr al hostal! ¡Hasta pronto, Viviana! -y salió
corriendo.
-Hasta
muy pronto, Sylvia.
* * *
-Pero
bueno, Sylvia, ¿dónde te habías metido?
-preguntó su padre- ¿Pero es que has olvidado qué
día es hoy?
Sylvia
se encogió en la silla y observó a sus padres, a su hermana, a sus abuelos y a
sus primos. Aún no recordaba.
-¿Has olvidado quién nació hoy?
-le susurró su prima.
Sylvia
recordó de repente. ¡Pues claro!
-Hombre,
puesss... la verdad es que había perdido la noción de los días... un
despiste... he tardado porque... porque... -y entonces se fijó en que, a sus
pies, bajo la mesa, Hoja de Limonera, Madrugada de Verano y Prímula al Viento
le tendían un paquetito y le guiñaban los ojos. Sylvia lo cogió
disimuladamente.- ¿Cómo lo sabíais? -murmuró. Y
ellas le mostraron un papel donde estaba escrito el evento con la letra de su
padre, dirigida a sus abuelos. -Porque he estado cazando libélulas. -y le tendió el
paquete a su madre. Ella lo abrió. Dentro había un broche para el pelo con
forma de libélula.
-¡Feliz cumpleaños, mamá!
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