La Brújula Despistada

La Brújula Despistada
La Brújula Despistada.

miércoles, 30 de mayo de 2012

El Fantasma del Año Bisiesto.

Ir a casa de la abuela siempre es divertido. Normalmente, allí encuentras bizcochos caseros, sopa caliente, cojines de ganchillo, juguetes de los años 40 y trajes antiguos en baúles.
         La casa de la abuela de Helena y Román tenía todo eso y muchas cosas más, pero lo que más les gustaba era el segundo piso. La casa de la abuela tenía un primer piso: entrabas por la puerta, y tenías el recibidor, y luego la cocina, el comedor, la habitación de la abuela, la salita, el cuarto de baño, una segunda habitación y, por fin, unas escalinatas que llevaban a más pasillos y más habitaciones. El segundo piso sólo lo usaban Helena y Román. La abuela nunca subía porque enseguida se quejaba del reuma, del resfriado, de los huesos, de las teclas y de otras enfermedades que a los nietos le parecían inventadas. Por eso el segundo piso estaba oscuro, polvoriento, y había muchos trastos olvidados. Y por eso a Helena y Román les gustaba tanto. Cuando llegaban a casa de la abuela, comían y luego subían al segundo piso, y allí jugaban al escondite y a adivinar a quién podía haber pertenecido un objeto viejo.Helena y Román llegaron a casa de la abuela un 29 de Febrero. Su abuela les dio de comer y les dijo que hoy haría una doble siesta, ya que era año bisiesto. Los hermanos  comieron, cogieron sus trozos de bizcocho y subieron al segundo piso.
-Mira cuááááánta oscuridad -dijo Román, una vez arriba- A ver quién encuentra antes el interruptor.
-Eso dices todas las veces -contestó Helena- Y yo siempre te digo que en este piso no hay interruptor. Ni la abuela sabe de qué siglo es.
-Pero... abajo hay interruptores, y una radio.
-La abuela remodeló el piso de abajo.
-¿Y el de arriba?
-¿No la oyes quejarse cada vez que intenta subir de que si el reuma y las teclas y la aceática y...?
-Y todas esas otras enfermedades que se inventa.
               Los niños decidieron jugar al escondite suspendido. Eso significaba que el que buscaba estaba en constante suspense,  porque el buscado tenia permiso para asaltarle por la espalda y darle un ataque al corazón. Pagó Helena, como siempre. Ella insistía en que su hermano tenía la cara de hormigón armado, pero nadie le hacía demasiado caso. A él.
               Empezó buscando por las salas vacías, luego por las salas con camas y luego por las salas con sofás. Luego, fue a parar a una especie de vestíbulo. Helena se miró en el espejo rajado de la cómoda. Pensó:
              "Esta cómoda podría haber pertenecido a Quevedo. Hasta puede que él rompiese el espejo. ¿Dónde se habrá metido Román?"
-¡¡¡UUUHHH!!!- le aulló de repente él, surgiendo de las sombras de la cómoda de (tal vez) Quevedo. Helena dio un brinco, Román extendió las manos, ambos resbalaron con una tela vieja y un frasco oscuro que había sobre la cómoda cayó. Y se hizo trocitos. A su vez la tela se enganchó a Román, que trastrabilló y cayó sobre Helena. Los dos en el suelo, sintieron claramente cómo un viento soplaba de repente y levantaba nubes de polvo. Mientras tosían, oyeron también muy claro unos aullidos.
-Román, no hagas el tonto.
-¡No soy yo! Seguro que son los perros de la vecina.
-La vecina tiene gatos. No digas tonterías.
-¿Cuándo he dicho yo tonterías?
-En los cumpleaños, en Navidad, en verano, por Año Nuevo...
-Ya me callo.
-¡¡¡AAUUUHHH!!!
-¡Tenía entendido que te ibas a callar!
-¡¡Te digo que no he sido yo!!
              Aunque no quisiese, Helena tuvo que reconocer que no era Román el que aullaba. Los aullidos de Román no sonaban tan... a auténticos aullidos. Muchas veces se parecían más al grito de guerra de Sandokán. Los chicos miraron a todos los sitios que pudieron. El aullido volvió a aullar.
-Sss...Será el viento, ¿no? Tiene que ser -tartamudeó Román.
Helena asintió todo lo rápido que pudo. No quería ni pensar que había un lobo suelto por el piso de la abuela. Pero en ese momento descartó completamente la posibilidad del lobo, porque de entre las telas rotas de un rincón se alzó el viento que aullaba entre una nube de polvo. Cuando esta se disipó, lo que vieron Helena y Román ya no fue el viento, sino un fantasma. Un fantasma con la sábana raída y algunos parches, con una cadena colgando de la punta y con una cara enormemente triste.
Los chicos no repararon en esto último. Román olvidó su grito de guerra de Sandokán y profirió su grito de canguelo absoluto, y los hermanos echaron a correr. Román corría sin dejar de chillar por entre los muebles y las cortinas polvorientas, mientras que Helena, blanca como el papel sin pintar, se metió silenciosamente bajo una de las mesas de tres patas (porque la cuarta estaba rota). Pero ninguna de esas tácticas les sirvió a los hermanos, ya que de repente, el viento (¿o el fantasma?) los levantó a los dos y los puso bocabajo frente a las narices del fantasma (que visto de cerca tenía una pinta aún más triste, y hasta de aburrido).
-Vosoootros dooos...-empezó.
-Sí,si,sí, se-señor ffffaaantasma -tartamudeó Román- Y-ya nos lo sabemos: cómo osamos profanar susu tumb-ba yyyy... yy que estatá muy muy enfadadado y...
-Yquenosperseguiráelrestodenuestravidaysumaldicióncaerásobrenosotros -soltó Helena de golpe.
-¿¡Tú eres tonta, o qué!?- le dijo Román por lo bajinis.
-Yo soy qué, ¿por qué lo preguntas?
-¿Para qué le das ideas al enemigo?
-¡No le doy ideas, bobo, él ya lo sabe!
-¡Pues no se lo recuerdes! -Román hizo un esfuerzo por no gritar, y a cambio empezó a girar en el aire sobre sí mismo.
-¿Y quién te dice que no se le había olvidado?
En ese momento, el fantasma se interpuso entre los dos. Ambos callaron y esperaron que dijera algún tipo de frase espectral. Pero en vez de eso, la boca en la sábana pareció sonreír .Y de repente, de golpe y porrazo (sobretodo porrazo) Román dio en el suelo con todos sus huesos, sus carnes y su merienda por digerir, y el fantasma salió volando llevándose a Helena detrás, en volandas, blanca como el mismo fantasma y bloqueada por el miedo, lo que le había impedido gritar o sacudirse en el aire.
                   Román se quedó solo. Se levantó medio aturdido y pensó qué hacer, yendo arriba y abajo por la estancia. No se le daba muy bien saber qué hacer. Eso era más bien cosa de Helena. Lo primero que se le ocurrió fue gritar o llamar a la abuela. Decidió que lo último tal vez sería mejor opción. Bajó las escaleras corriendo y fue al cuarto de la abuela.
-¡Abuelaaa!¡¡Abueeeelaaaaa!!
No estaba en el cuarto. Fue a la sala de estar.
-¡Abuelaaaa!¡¡Abueeelaaaaa!!
No estaba tampoco. Entró en la cocina.
-¿Abuela?¿¿Abuela?
La abuela se había dormido allí, viendo la tele, donde en ese momento ponían un programa muy aburrido sobre la moda de la temporada.
-¡Abuelaaa!¡¡Abueeelaaaa!!
Nada. A la abuela no había manera de despertarla. Normal, habiéndose dormido con un programa tan aburridísimo. Además, ahora estaban pasando pijamas y eran horribles. A Román no le quedó más remedio que subir de nuevo. Ya arriba, lo primero que vio fue al fantasma, con Helena a su lado, ahora más azul, levitando bocabajo.
-¡Te pillé! -le gritó el niño- ¡Suelta a mi hermana!
Y con otro de sus aullidos de guerra estilo Sandokán, se lanzó al fantasma y le agarró la sábana. Se oyó un rasgón de telas y el chico se vio con el fantasma en la mano. Entonces, el fantasma se libró de ella (así, de un tirón, porque Román no se lo esperaba) y se elevó de nuevo, con un siete en un lado de la sábana, y con toda la furia le sopló a Román en la cara. Le sopló, sí. Todo un huracán se ensañó con el pobre niño, que entre los soplidos creyó oír que le decía:
-¡Bestia!¡Majadero!¡Si quieres encontrara a tu hermana, naturalmente la buscarás primero!
y entonces cesó el viento y el fantasma se alejó volando. Román lo siguió a todo correr, pero antes de alcanzarlo, el fantasma atravesó un umbral y cerró la puerta tras de sí. Y, de paso, cerró también las demás. Román se vio de repente encerrado en aquella sala oscura que olía a polvo mojado (era increíble la cantidad de cosas raras a las que olían las cosas de segundo piso). El niño fue a una de las puertas  y se puso a tirar del picaporte de todas las maneras que se le ocurrieron. Pero lo único que consiguió fue quedarse con el pomo en la mano. Desanimado, (y bastante asustado también) se sentó y pensó.
               "En primer lugar, las puertas se abren girando el pomo, no tirando. Después, el fantasma me ha soplado que debo buscar a mi hermana. O sea, el fantasma -Se dio cuenta entonces, aliviado- ¡sólo está jugando al escondite conmigo!"
                De acuerdo con las reglas, Román debía contar hasta cien, pero calculó que con todo el lío le habría dado tiempo a contar hasta ciento sesenta y dos y tres cuartos, además, a Román no le gustaba mucho estar de acuerdo con las reglas, así que directamente, empezó a buscar. Primero, probó a abrir una puerta. Efectivamente, si giraba los picaportes despacito, las puertas se abrían, chirriando de qué manera.
                El muchachito empezó a buscar. Miró en rincones, detrás de las cortinas, dentro de los baúles, en todas las habitaciones, en la bañera... Nada. Hasta miró bajo las alfombras por si por alguna de aquéllas el fantasma estuviera ahí. Tampoco. Román pensó que tenía que sentarse a pensar otra vez.
                Realmente, a él el juego del escondite no le hacía demasiado, buscar (y encontrar) se le daba mejor a su hermana. Respiró hondo. Estaba poniéndose nervioso. Y entonces se dio cuenta de otra cosa: El fantasma no jugaba con él al escondite, ¡sino al escondite suspendido! Había estado todo el rato esperando que el fantasma saltase por cualquier parte. Daba un poco de miedo, pero era un fantasma tan viejo... ¡Un fantasma tan viejo!
                "¡Eso es! -pensó entonces- ¡Es tan viejo que seguro que ha elegido un escondite clásico!"
Y corrió a mirar bajo las camas (que eran dos) y en el armario. El armario se abrió lentamente (porque no lo engrasaban desde hacía siglos y siglos) y volvió a soplarle el viento en la cara . El fantasma estaba allí. Se elevó sobre la cama y dejó caer a Helena, que rebotó en el colchón.
Su hermano comprobó aliviado que se le había pasado el canguelo:
-¡Fantasmón! ¡Fantasmón! ¡No se me ocurre nada más! ¡Pero prepárate si ocurre y se me ocurre, por que lo que ocurra no te habrá ocurrido aún, no, señor! ¡Como te coja, especie de mopa para el suelo, te voy a...!
Y lo que le fuera a hacer quedó para otro momento, porque el fantasma agarró entonces a su hermano y lo volvió a colocar boca abajo en el aire.
-¡Cógeme, entonces, si puedes o eres osada o las dos cosas! -y salió volando.
Helena se abalanzó sobre el fantasma, pero se escurrió en el aire y cayó de narices en la cama, que despidió una nube de polvo. La chica tosió y le saltaron las lágrimas, a la vez que intentaba gritarle al fantasma el insulto adecuado.En cuanto de recuperó, corrió a buscarlo.
-¿¡Dónde te has metido!? -gritó al silencio- ¡Responde ahora! ¡Deja a mi hermano donde pueda verlo y cogerlo, que para algo tiene que servir!
-Pues aquí -y el fantasma apareció sobre un viejo reloj de cómoda. Helena no lo pensó (cosa rara en ella) y se lanzó de cabeza sobre él, que, como era de esperar, se alzó unos metros más y la chica cayó otra vez. Se levantó tambaleándose y corrió detrás de él, mientras Román pataleaba y daba vueltas sobre sí mismo gritando cosas sin sentido, como algo sobre hacer los deberes, irse a la cama a las diez o no andar descalzo. Helena los siguió sin aliento. ¡Estaban jugando al pilla-pilla! Y eso que ella no era nada buena corriendo sin parar. Eso era más cosa de su hermano. El fantasma no paraba de correr (bueno, más bien de volar); se paraba sobre los objetos y la muchacha se lanzaba sobre él, tirándolo todo por el suelo. Helena corría subiéndose a las mesas, saltando sobre las sillas y hasta rompiendo cristales. Uno se preguntaba cómo era que la abuela no lo oía. Cada vez que el fantasma se quedaba quieto, ella tenía que saltar, y nunca lo alcanzaba. Mientras intentaba trepar a un armario para agarrar un extremo de la cadena, Helena pensó.
"No recuerdo que los fantasmas sean especialmente tramposos, pero este, desde luego, ¡no está siguiendo las normas! En teoría, está jugando al pilla-pilla, ¡pero lo hace como si jugara al tula en alto!"
-¡¡Altooo!! -gritó entonces- ¡Tregua!¡Stop!¡Tiempo!
El fantasma se paró.
-Sé que estás jugando al pilla-pilla, pero no has establecido normas. ¡En el pilla-pilla, se ha de estar en igualdad de terreno y posibilidades! ¡Pero tú estabas jugando como si fuera el tula en alto! ¡Decídete!
El jirón de la boca de la sábana fantasmal pareció sonreír.
-Tula en alto -decidió. Y salió volando de nuevo. Helena estaba hasta el gorro. Y decidió otra cosa. Bajó al primer piso, donde la abuela aún dormía sobre la mesa de la cocina, y cogió la aspiradora. Subió de nuevo y buscó a aquella sábana voladora. La flotando sobre la mesa grande de madera. Entonces, Helena enchufó la aspiradora (el cable era lo bastante largo para enchufarlo en el piso de abajo) apuntó al fantasma con el tubo y lo aspiró adentro. Román cayó de bruces contra la mesa, que crujió peligrosamente.
-¡¡Fantasma!! -llamó Helena a dentro de la bolsa de la aspiradora- Queremos parlamentar.
-¿Queremos? -protestó Román- ¡Querrás tú! ¡Yo estoy hasta el pirri!
-Quiero parlamentar -corrigió la hermana- Saldrás si te comprometes.
-¿Y de qué me vas a hablar?
-Quiero una explicación a todo este jueguecito por narices.
-¡Eh, espera, que yo también quiero explicaciones! -protestó Román.
- ¡Aclárate! O parlamentas o no parlamentas, pero las dos cosas no puede ser.
-Vaaale, vaale, parlamento, pero venga, fantasma, que Helena tiene que hacer los deberes
-¿Yo? ¡Y tú también!
-Veeenga... -se oyó desde dentro de la aspiradora, seguido de unas toses guturales.
-¿Pero estás dispuesto a parlamentar, sí o no?
-Sí, de acueeerdo...
Román arrancó la bolsa de cuajo y la abrió. EL fantasmón salió disparado hacia arriba, pero Helena lo frenó agarrándolo por la bola de la cadena.
-¡Quieto! Queremos una explicación.
-O todas las que hagan falta. Hoy no hay deberes de Mates.
-Pero tienes de Conocimiento del Miedo.
-Si, los del Miedo, ya los he hecho.
-¿Os tengo que dar explicaciones yo, o me vais a contar vuestra vida?
-¡Explícate! -exigió el hermano.
-Yo estaba encerrado en ese frasco que rompisteis -empezó- al romperlo, conseguí salir.
-¿Y por qué estabas ahí dentro? -preguntó Román.
-¡Cállate! Ya lo explicará.
-Gracias -zanjó el fantasma- Veréis, las doblé un 29 de Febrero. Como fantasma, tengo que vagar agitando cadenas, aullando y metiendo ruido tiempo y tiempo. Pero morirme en año bisiesto... ¡Qué mal! Sólo puedo vagar agitando cadenas, aullando y metiendo ruido ese día. ¡Nada más! Me alegré de que hubiese niños hoy, decidí jugar un rato con vosotros.
-¡Pues qué amable! -dijo Helena- ¿Sabes que eso no funciona así?
-¡Claro que no! Lo que hay que hacer es decir: "¿Puedo jugar?"
-Bueno, ya, pero... ¡Me aburro mucho! Me aburro hasta cuando salgo los 29 de Febrero.
-¿Y cómo sales si no hay nadie que te rompa el frasco? -preguntó Román.
-Siempre lo abro de una forma o de otra. Niños, ¡ojalá pudiera estar fuera más tiempo! 24 horas no son bastantes.
La verdad es que el fantasma les daba mucha pena.
-Bueno, podemos jugar el resto del día  -propuso Román. Él y el fantasma se levantaron.
-¡Esperad! -dijo Helena- Ya sé cómo puedes estar fuera más días.
El fantasma se plantó ante ella.
-En realidad, sales cada año bisiesto, ¿no? Bueno, aunque sólo haya un 29 de Febrero, las consecuencias de ese 29 de Febrero se dan en todos los meses siguientes, ¿no? Pues entonces, eso significa que puedes estar fuera a partir de cada 29 de Febrero.
-¡¡Yuuujuuuu!! -exclamó el fantasma. ¡Ésa era la solución! Se puso a dar vueltas de pura alegría y se cargó una ventana con la bola de la cadena del impulso.
                El resto de la tarde la emplearon en jugar con el fantasma y en buscar un nuevo frasco para él. Eligieron una botella enorme, con tapón, que en su día debió contener whisky porque el olor era para caer de espaldas. Pero al fantasma no le importó. Más bien se puso más contento. También jugaron a darse sustos entre sí. Y en darle otro bien gordo a la abuela, que casi la tiró de la silla.


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