¡Al fin! Demetrio
recibió el último examen que había hecho. Un seis con
tres. No estaba mal. Pero de lo que se alegró de veras fue que se acabase el
curso de una vez. Había tenido en dos semanas tal cantidad de exámenes que no
veía la hora de ir a la bahía y tirarse al agua. Igual hasta se lanzaba con
ropa, no hacía falta más. Salió del aula. Recorrió los pasillos lo más rápido
que pudo y se lanzó sobre su bici. Salió del instituto, se dirigió a las
afueras y tomó un camino de tierra que lo llevó al mar. Pedaleó hasta una cala
solitaria, y aparcó la bici junto a unas rocas. Se quitó la camiseta y las
zapatillas de lona y se lanzó al agua. Se dejó mecer por las olas y acariciar
por el sol. Estiró la espalda bajo el agua y nado un par de idas y venidas para
desentumecerla. Más relajado, buceó y abrió los ojos bajo el agua.
Aunque era clara, el fondo lo veía borroso. Se lanzó hacia él y, antes de
rozarlo, hizo un par de cabriolas y volvió a emerger. Entonces, Demetrio oyó
unas voces. Al principio, sólo eran risas agudas y algunas
entrecortadas. Pero después, oyó claramente que decían:
-¡Qué atlético, el
chico!
-¡Hay que verlo! ¡Cuánta virguería para subir!
-¡Aaay, y se ha
tirado al agua con una cara de tonto, que lástima no tener una
cámara!
Demetrio miraba en todas direcciones lo
más rápido que podía (porque le dolía el cuello) pero no vio a nadie. Así que
lo primero que dedujo de ello era que estaban riéndose de él. Demetrio no era
muy buen nadador, pero estaba seguro de no haberse zambullido nunca con cara de
tonto. Le resultaba absurdo. Siguió nadando, pero como las risas y
los comentarios siguieron, Demetrio se paró y escuchó con atención. Ahora mismo
le parecía que se reían de su bañador improvisado. Pero lo más extraño era que
las voces parecían provenir de debajo del agua. Demetrio hundió la
cabeza y abrió los ojos. En el fondo marino, creyó distinguir una
diminuta figura humana que se escabullía entre unas rocas. Nadó hasta
allí, pero no encontró nada.
De vuelta hacia casa, Demetrio se encontró con Sylvia, una chica
de la clase A. Ella iba a pie, y Demetrio aminoró la marcha.
-¿Vienes de la playa, Metrio?
-¿¡Otra vez? ¡No me llamo
Metrio!¡No sé cómo te lo
tengo que decir!
Sylvia sonrió.
-Si, vale, vengo de la playa -admitió él. Entonces recordó
las ¡voces.- Oye, Sylvia... Tú... En ocasiones ¿oyes voces y no sabes de dónde vienen?
-Al principio sí.
-¿Al principio?
-Sí, en el cuarto de mi hermana. Pero luego resultó ser la vecina
de arriba.
Demetrio torció un poco con el manillar. Sylvia rió.
-No, yo no oigo voces. Oigo aleteos.
-¿Eh?
-Sí, aleteos, vuelos de seres que no se qué son y pasan tan rápido
que no los puedo ver.
-Ah, ya. Bueno, hasta mañana .
Demetrio vivía en una casa unifamiliar con un pequeño jardín. A
pesar de su tamaño, estaba plagado de gnomos de jardín y estatuillas
decorativas por el estilo. Una vez en casa, Demetrio lanzó su mochila de
cualquier manera y subió a su cuarto. Y se zambulló sobre su cama.
Dos días después, Demetrio volvía a la playa, esta vez con
su familia, para celebrar el fin de curso. Fueron a la misma cala solitaria en
la que había oído las voces burlonas. Él se zambulló de nuevo
en el agua,y nadó boca abajo. Se sumergió un poco más y... volvió a oírlas.
-¡Ahí está otra vez nuestro atleta!
-¡Ja, ja ,ja! ¡Es cierto! ¡Casi parece más
rubio!
-Al menos se toma menos virguerías para bucear...
Era evidente que hablaban de él y también que eran las
mismas voces de la otra vez. Se acercó a las rocas de donde provenían. Sacó la
cabeza rubia del agua y miró en ellas. Y contuvo el aliento: Allí, sentados a
la bartola sobre los pliegues de las piedras había cuatro criaturillas del
tamaño de un lápiz (un lápiz nuevo), con la piel de matices que iban desde el
verde más verde hasta el azul más azul. Aquella gentecilla miró fijamente a
Demetrio unos segundos y luego estalló en risas. Las criaturitas se retorcían
en la roca, daban saltos y uno se elevó en el aire y empezó a girar. Demetrio
las observó asombrado. Creía haberlas visto antes. No sólo el día del último
examen, sino otras veces, en otra parte. Y entonces, uno de los hombrecillos (pues
creyó distinguir dos hombrecillos y dos mujercillas) se plantó frente a él y
sopló por su pipa. Y supo dónde lo había visto: Era clavado a una de las
estatuillas decorativas que había en equilibrio imposible en su diminuto
jardín.
-¡Mirad a nuestro atleta! ¡Ahora concursa
para apertura máxima de ojos!
Los demás estallaron en carcajadas otra vez. Demetrio les
gritó:
-¡Bueno, basta! ¿Qué os parece tan
gracioso?
-Pues tú, por supuesto -respondió una de las mujercillas- ¡Resultas graciosísimo: rubio, con el pelo
hacia todas las direcciones posibles, con los ojos azules que no se sabe hacia
dónde miran, y, para colmo, con unas pecas más pálidas que la piel!
Y volvieron a reír y a retorcerse en el aire.
-¿Qué hacéis vosotros aquí?
-¿Es que tú sabes dónde estamos normalmente?
Demetrio bufó, y aquella gentecilla volvió a reír y
a carcajear.
-No, yo sólo digo que en la playa pinta más
encontrar... no sé...Una sirena.
-Hombre, pues haberlas haylas, no te creas....
-Y, a todo esto, ¿qué sois vosotros?
Las criaturillas rieron de nuevo.
-¡Jaaa, ja, ja!¡No sabe lo que somos!
Demetrio abrió la boca para protestar de nuevo,
pero entonces vio a sus padres recogiendo y se tuvo que volver.
De camino a su casa, se encontró con un chico
pelirrojo de un curso superior al suyo, que iba a su mismo instituto. Sólo lo
conocía de vista, ya que había ganado algunos concursos literarios. Ese año,
justamente, había ganado la modalidad de poesía con un cantar de gesta, y la de
narrativa con un relato parecido a los cuentos de transmisión oral. Se acercó a
él y le preguntó:
-Oye, ¿tú sabes de
alguna criatura de esas... de los cuentos tuyos..? Bueno, de todo el mundo, en
realidad... es decir, como los del cuento ese que te han premiado... sí, ¿sabes de alguna cosa de esas que sea
pequeña, que tenga la piel verde.. o verdosa, al menos, y que no pare de reírse
de todo? ¿Y que viva en el
mar?
-Hombre, pues... -el chico pensó un momento-
Pequeño, con piel verdosa, que se ría, se me ocurre un duende... Pero que viva
en el mar... No me suena.
-Ah... Bueno, pues a lo mejor es eso.
Se despidieron y Demetrio continuó hacia
casa. Y entonces, vio a Sylvia.
-¡Eh, Sylvia! -la llamó.
-Caray, qué cosa más rara. Me saludas
voluntariamente.
Demetrio torció la boca, pero le preguntó:
-¿Los duendes viven en el mar?
-Que yo sepa no. Pero los duendes hacen lo
que les da la gana.
Al entrar en casa, Demetrio se fijó en las
figuritas que había en su minúsculo jardín. Una de ellas era igualita a uno de
los hombrecillos que se reían de él en la playa. Confirmado, pensó.
Aquellas gentecillas eran duendes.
A la hora de comer, la madre de Demetrio
anunció que ya tenían el lugar de veraneo confirmado.
-Nos iremos a Formentera.
-¡Estupendo!¡Una isla!
-Exacto. Y papá y yo ya lo hemos programado todo:
Saldremos en ferry el primer domingo de Agosto, así que haremos las maletas dos
días antes; estaremos allí dos semanas, así que llevaréis varios pares de
pantalones y camisetas; la bolsa de aseo, como siempre; chanclas, aparte de las
zapatillas... Recordad que el ferry zarpará a las doce del mediodía y que hay
que estar puntuales, no se nos puede olvidar nada.
Demetrio empezó a sentirse mareado. Sintió pesado
el estómago.
-Espero -continuó su padre- que antes de irnos
dejéis los deberes hechos, así que haréis al menos dos o tres páginas al día, y
por la mañana, así podréis jugar por la tarde. Así que nada de levantarse más
tarde de las once.
Definitivamente, Demetrio se mareaba. Se
sentía desorientado y le pesaba el estómago. Sintió calor y empezó a sudar.
-Mamá -murmuró- No estoy... muy...
-Ay, hijo, te has puesto pálido -dijo su
padre.
-Será mejor que vaya a acostarse un rato.
Luego vendrá por el postre.
El chico fue a su cuarto. Se dejó caer en su
cama y se tumbó boca arriba. Últimamente se
mareaba o se agobiaba sólo con oír horarios o planificaciones. Miró el techo y
dejó la mente en blanco. Y decidió salir a dar un paseo, para despejarse.
Cuando paseaba por una calle paralela a la
suya, toda de casitas unifamiliares, las oyó de nuevo.
-¡Eh, pequeñín! ¡Qué mala cara tienes!
Allí, sobre el muro de una de las casas
estaba la mujercilla de la playa. Entonces, treparon al muro el resto de
duendes que había visto.
-¿Cómo que "pequeñín"?¡Aquí los
chiquitines sois vosotros!
-¡Error!¡Error!¡Error! -gritaba un duende saltando por el
muro y alrededor de Demetrio- ¡Aquí eres tú el pequeñín! ¡Yo ya tengo ciento cincuenta y tres años
y tres cuartos y medio! ¡Y soy el más joven!
-¿¡Cómo!? ¿¡El más joven? ¿Y cuántos tiene el más viejo, entonces?
-Pues quinientos veintipúf -respondió una de
las mujercillas.
-¡Qué mala cara tienes! -insistió la otra
mujercilla- Tienes cara de acelga.
-Podríamos ir a la playa. Allí me
relajo.
Demetrio empezó a correr, y los duendes le
siguieron dando saltos encima de los muros de las casas, Cuando un muro se
acababa, ellos daban un brinco y aterrizaban en el siguiente.
-¡Jaaa, ja, ja! -rió un duende- ¡Volverás a tirarte al agua con cara de lelo!
-¡Ahora no puede! -gritó la duende joven en
mitad de una cabriola- ¡Ahora se tirará
con cara de lechuga pocha!
A Demetrio esos duendes le estaban crispando
los nervios. Corrió aún más deprisa, dejándolos atrás, hasta la playa. No paró
hasta llegar a la orilla. Allí, se sentó en la arena y apoyó la espalda en unas
rocas.
-¡Hola hola! -canturreó un duende saltando
frente a sus narices.
-¿Cómo... cómo habéis hecho eso? -preguntó
el chico.
-Así -dijo el duende más mayor. Y
desapareció de delante de Demetrio para aparecer sobre una roca, Luego, un poco
más arriba. Luego, sobre una gaviota. Y luego, sobre la cabeza de Demetrio.
Éste lo cogió y lo sostuvo frente a él.
-¿Qué queréis de mí?
-Pues te lo vamos a explicar. Ven con
nosotros.
Entraron en el agua y nadaron hasta
una escollera, donde los duendes se subieron. Demetrio tuvo que trepar.
Una vez arriba, la duende más mayor le dijo:
-No vamos a enrollarnos como los elfos, con
tanta rimbombancia. Vayamos a la esencia de la cuestión: La Rueda de los Días no marcha
muy bien.
-¿Eh? ¿Una rueda? ¡Llamad a un mecánico!
Los duendes estallaron de nuevo en
carcajadas.
-¡No es eso, tontorrón! -le dijo la duende
joven- Por esa Rueda se rigen los días de las estaciones, y las ¡horas de luz y
oscuridad. Si se estropea, se alargan unas estaciones...
-O se acortan otras -sugirió el duende más
joven.
-O hay más días de oscuridad.
-O demasiados de luz.
-O se retrasan los Solsticios...
-O los Equinoccios.
-O...
Demetrio empezó a marearse otra vez al oír
todas esas referencias al tiempo.
-¡Mirad! -dijo la duende joven- ¡Qué portento de chaval! ¡Él también
nota los cambios!
-¿Cambios? -preguntó Demetrio- ¿Qué cambios?
-Algunas personas pueden notar los cambios de
la Rueda de los
Días y sus desajustes. Cosas como no recordar las fechas, notar el aire
extraño, desorientación... a ver, ¿qué es lo que
notas tú?
-Bueno, puesss... que me mareo si me hablan
de planificaciones y horarios y cosas así...
-¡Fantástico! Entonces, nos vas a ayudar, ¿no?
-¿Qué? ¿Yo? ¿Cómo?
-Las hadas consiguieron restaurar la Primavera el Equinoccio
pasado. Las Hadas Menudas nos contaron cómo: Tenían que reunir tres esencias de
la estación relacionadas con la vista, el gusto y el olfato.
-Aaaah. Es eso. ¿Y cómo lo haréis?
-Pues buscando algo que sea muy muy
muy muchísimo del verano.
El chico asintió. Se zambulleron todos
juntos en el mar y empezaron a nadar hasta cerca de la orilla, donde siguieron
nadando y flotando.
-Una cosa, ¿y hay fecha tope en esta... entrega?
-Claro -dijo el duende joven, que
estaba tumbado boca arriba en el agua- Hay que haber hecho el hechizo antes del
Solsticio.
Demetrio tragó un poco de agua del
susto y empezó a toser.
-¡Solsticio! ¡Eso es el 21 de Junio!
Los duendes asintieron.
-¡¡Pero eso es HOY!!
-Bueno, bueno, chico, tampoco hay que
ponerse así... -lo tranquilizó una duende- Nosotros te adelantamos y así vemos
qué podemos ir cogiendo, ¿no?
Demetrio asintió, y los duendes se
esfumaron. El chico recogió su camiseta y sus zapatillas y se encaminó a casa.
Una vez llegó, decidió volver a tumbarse y dejar la mente en blanco. Se estiró
boca arriba y miró el techo. Sólo de pensar en que tendría que pasar todo el
verano con mareos y malestares cada vez que alguien hablase del tiempo le
mareaba y le producía malestar también.
-¡Eh! ¡Chiquitín! ¡Túmbate boca abajo!
Demetrio abrió los ojos. Era el
duende joven, sentado sobre su ventana.
-¿Qué?
-Si estás mareado es mejor
tumbarte boca abajo -explicó la duende joven.
Demetrio obedeció. Sí, tumbarse
boca abajo le venía mejor.
-Tenemos que empezar a buscar
-le recordó el duende más viejo- Vamos a ver qué encontramos.
-Yo estoy muy mal para hacer
nada -gimió Demetrio- Id y ved vosotros primero.
Los duendes salieron
disparados hacia el pasillo, y Demetrio los oyó pasar por las habitaciones.
Algunos golpes y manotazos le indicaron que habían confundido a los duendes con
algún tipo de insecto.
-¡Papá! ¡Un escarabajo! ¡Un escarabajo!
-Los escarabajos no vuelan,
hijita.
-Claro que vuelan. Los
escarabajos vuelan al atardecer.
Al cabo de unos minutos,
cuando ya casi había anochecido, Demetrio sintió algo sobre su espalda. Al
girar la cabeza, vio a los duendes saltando sobre ella.
-¡Eh! -les
gritó.
-¡Oye! -gritaban a
su vez los duendes- ¡Es cierto! ¡¡Tendrías que
haberte quedado boca arriba! ¡Estarías más
blandito!
-¡Bajad ahora
mismo! -Demetrio se incorporó y los envió de cabeza al suelo- ¡Dejad de hacer el cabra! ¿Habéis encontrado algo, sí o no?
-No -dijo uno de ellos, y
volvieron a reír.
-¡Pero el Solsticio
ya ha pasado! -y los duendes seguían riendo- ¿Es que vosotros os
reís de todo?
-No -dijo uno de los duendes.
-Nos reímos de todo lo que
podemos -dijo una duende.
Demetrio suspiró. Y volvió a
sentarse.
-¿Y ahora qué vais
a hacer?
-¡Eh, tranquilo!
Las hadas nos han dicho que podemos tener una prórroga.
- ¿De cuanto? -preguntó, porque ya no se
fiaba.
-De tres minutos.
-¿¡Que qué!?
-¡Jaaaa, ja, ja,
jaaa! ¡Me parto y me
mondo con este chaval! ¡Que era broma,
hombre! Tenemos de tiempo hasta la
Noche de San Juan.
-Aaay, yo voy a cenar algo.
A la mañana siguiente,
Demetrio y los duendes fueron de nuevo a la playa.
-Escuchad, pero, ¿cómo os llamáis?
-¡Ya era hora de
que lo preguntaras! -dijo uno- Creía que no lo harías nunca.
-So soy Tic -dijo el duende
joven.
-Y yo, Dun -dijo el duende
anciano.
-Yo, Prissa -dijo la duende
anciana.
-Y yo -añadió la duende joven-
Laila Laila.
Demetrio atribuyó aquellos
nombres tan raros al hecho de que fueran duendes. Estaban ya en la playa.
-Bueno, ¿por dónde empezamos a buscar?
-Estooo... -dijo entonces Tic-
Hay otra cosa que hemos olvidado decirte: Las esencias esas han de ser
naturales. Nada de plástico y esas cosas.
-Y entonces, ¿qué tenemos de esencias naturales del
verano?
-Hombre, algo tiene que
haber -le recordó Laila Laila.
-Buscaremos primero las
esencias así sin ver si es natural o qué, y luego buscaremos la versión natural
-resolvió Prissa.
Lo primero en que Demetrio (y
los duendes) pensaron fue en el sabor. Se encaminaron al puesto de los helados.
El chico pidió un helado de fresa de receta clásica (eso ponía en el cartel).
Cuando la dependienta del puesto se lo iba a dar, Dun dio un brinco desde el
suelo, que es donde habían acordado quedarse, y se lo arrebató. Demetrio se
puso blanco y salió corriendo hacia la cala.
-Pero vamos a
ver, ¿es que los
duendes no sabéis cumplir promesas?
-No es que no sepamos
-dijo Dun desenvolviendo el helado.
-Es que no tenemos mucha
costumbre -explicó Prissa- Funcionamos mejor por acuerdos.
-¿Por qué?
-Porque implican compromiso
por parte de todos los acordantes.
Demetrio lamió el helado.
-¿Esto lo consideráis
artificial?
-No es que lo consideremos
-replicó Laila Laila, mirando los ingredientes del papel- Sino que lo es. Es
mejor que busquemos otra esencia, y haremos helado más tarde.
-La verdad es que, pensándolo
bien -dijo Demetrio, masticando un mordisco de helado- lo que representa por
excelencia el verano es el mar.
-Es cierto -dijo Prissa- ¡Ostras! ¡Pues ya tengo las otras dos
esencias!
-No hemos dicho que el helado
fuese una -replicó Tic.
-Lo es -confirmó Dun comiendo
un trozo de helado que había caído.
-Y entonces, ¿cuáles son esas esencias?
-Pues está clarísimo: Arena de
la playa para la vista, y olor del mar para el olor.
-Eh, un momento -interrumpió
Demetrio- ¿Cómo pensáis
coger el olor del mar?
-Pues en un frasco, tontuelo
-respondió Prissa, pellizcándole una mejilla- Ahora sé buen chico y trae dos
frascos.
El muchacho se dirigió a
su casa de mala gana. Encontró en el trastero una botella redonda de cuello
delgado y un frasquito de recoger muestras. Cuando iba hacia la playa, Tic
salió de repente de detrás de un muro.
-¡Buenaaas! -gritó.
Demetrio casi tiró los frascos. El duende llevaba unas alas azules a la
espalda, que no parecían ser suyas porque le venían grandes y no las manejaba
bien. Volaba haciendo eses y dando constantes bandazos, y se las intentaba
sujetar como si llevaran unos tirantes.
-¿Qué haces?¿a qué vienen las
alas ahora?¿de dónde las has
sacado?
-Pues la verdad es que
las he robado -dijo Tic, haciendo efes esta vez alrededor de la cabeza de
Demetrio- Pero las devolveré. He pensado que harían falta.
El chico prefirió no
discutir esta vez y fueron directos a la playa. Allí, llenaron el frasquito de
muestras con arena y el fondo de la botella con un poco de agua de mar.
-Ahora hay que coger el
olor -dijo Prissa- Tic, ¿pero de dónde has
sacado las alas?
-Las he robado
-respondió volando boca abajo- Ya las devolveré.
-Bueno, ahora cállate y
ve con Laila Laila. -ordenó Dun.
Los dos duendes fueron al mar
y, uno volando y la otra por tierra, hicieron algo extraño en el agua que
Demetrio no vio bien, y entonces regresaron con una especie de tela
transparente azul aguamarina. Metieron la punta en la botella y el resto entró
solo. Y pusieron el tapón.
-Bien -dijo Laila Laila- Sólo
queda el helado. Mañana es la
Noche de San Juan, así que hay que darse prisita.
-Vaya, los duendes se responsabilizan
-dijo Demetrio con sorna.
A la hora de la siesta,
Demetrio y los duendes cogieron un libro de recetas (Tic lo llevó volando,
oscilando de una forma terrible) y buscaron la de helado. Demetrio sacó todos
los ingredientes y empezaron a hacer el helado. Aunque el muchacho nunca había
visto una preparación de postre más caótica: Tic se metió en el bol de nata y
la batió con las alas desde dentro; Dun gastó más azúcar de lo necesario (y no
para la receta, precisamente); Prissa y Laila Laila batieron los huevos
duchándose en ellos también. Finalmente, el helado estuvo acabado... aunque un
par de horas más tarde de lo previsto.
Al fin, aquella Noche de
San Juan los duendes se dirigieron a la playa, a la cala solitaria de siempre,
cargados con las esencias. Aunque parecía vacía, los duendes fueron directos a
una roca donde rompía un poco el mar. Vieron, de pie sobre ella, un duende
mucho más viejo que Prissa, con la barba más larga y puntiaguda, con un bastón
y una pipa casi tan grande como él.
-¿Las habéis traído? -preguntó con un tono
que a Demetrio le recordó a película de espías.
-Aquí están -le dijo Dun, algo más
serio, y se las entregó. El duende las miró con ojo crítico. Y extendió las
manos:
-¡Perfecto!
El duende viejo volvió a hacer uso de
la magia (por lo que entendió Demetrio) para juntar las esencias, que se
fundieron en una nubecilla de color entre azul marino, dorado y violeta.
-Tic- llamó entonces el duende viejo- ¿De dónde has sacado esas alas?
El aludido se puso todo lo derecho
que pudo en el aire.
-Las he robado, pero tranquilo, que
las devolveré.
-¿A quién se las has robado?-inquirió de
nuevo. Esta vez el duendecillo vaciló un poco.
-A un hada.
-¿Para qué?
-Pensé que podrían hacer falta.
-¡¡Devuélvelas ahora mismo!! Quien sea el
hada las necesita esta noche.
Tic salió volando todo
lo rápido que podía con aquellas alas, haciendo círculos muy raros en
mitad del vuelo.
-¡La próxima vez, las pides prestadas! -le
gritó Laila Laila.- O al menos, que las robe por favor.
Demetrio se tumbó en la arena.
Dejó que el mar le bañara los pies. Notaba cómo se iba relajando. Estaba seguro
de que ya no se marearía cuando hablasen de horarios y fechas. Sobretodo porque
era verano, al fin.